jueves, 7 de mayo de 2009
Caperucita huérfana
Escrutó, una vez más, el horizonte que a esa hora comenzaba a iluminarse tímidamente. El reflejo de los rayos de sol sobre la nieve le irritaba los ojos, acostumbrados ya a la oscuridad de la madrugada. Ahuecó sus manos junto al helado rostro, en un intento por calentarse la punta de la nariz, y exhaló un último aliento de vaho. Mierda de frío, la cabeza pensando en el calor de la manta y la visión del fuego en la chimenea. El crujido de la madera le azuzó la conciencia. Apoyó la escopeta en el hombro, con el frío metal acariciando su mejilla izquierda, el ojo guiñado para concentrar la mirada, dónde estás puto bicho, como había hecho antes con tanta frecuencia. Frecuencia que, quizás, le engañó esta vez al no advertirle que el animal estaba a su espalda y no delante, con los colmillos húmedos de saliva y las patas traseras arqueadas para el salto, un salto que lo revolvió todo durante un minuto, una bola de pelo, nieve manchada de barro, un disparo que hace volar a los pájaros, sangre sobre la nieve, sangre que se mezcla caliente con la nieve, coloreando el día de rojo orfandad.
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