miércoles, 18 de febrero de 2009

Días que, de puro repetirse, me aburren

Es difícil, dentro del torbellino
sacar la cabeza del agua para poder respirar

Resulta que hoy, mientras caminaba de vuelta a casa
- el sol por fin se había decidido a calentarme-
recordé una de aquellas tardes que pasábamos juntos
vagabundeando la ciudad, de un lado a otro
sin nada fijo que hacer o que decir,
lo que daba pie, sin duda, a hacer
o decir
TODO lo que quisiéramos.
Nos arrastrábamos por los bares y los parques
mezclando la ficción con la belleza,
creando proyectos que morían con la misma tarde.
Y, cuando regresabas a casa,
no quedaba en ningún momento
esa sensación dulzona de haber perdido el tiempo.
Porque era entonces, cuando le ganábamos al reloj de agua

Hoy, sin embargo, somos una masa en continuo movimiento:
llevamos apretadas agendas llenas de citas importantes,
anotamos en los teléfonos móviles aquellas circunstancias
que nuestra memoria o quimera,
es incapaz de recordar.
Nos hemos convertido en obligados.
Sólo somos capaces de realizar algo
si nos obligamos a ello:
ir al cine,
leer un buen libro,
tocar un rato la guitarra con los ojos
tomar una cerveza en silencio viendo las horas caerse, torpes
fotografiar la extraordinaria nada
pintar garabatos de niño pequeño
jugar a amarse como antes,
como nunca,
como antes

Pero no. Soñamos con ello, vivimos con ello
pensamos en ello, nos retamos a nosotros mismos:
“Venga, cabrón, no tienes huevos
a escribir algo decente otra vez, viejo.
Se te secará el cerebro antes que la polla”
Y, azuzados por nuestra digna conciencia,
nos limitamos a revisar en qué punto se torció todo.

Lo complicado cuando te ahogas no es la falta de aire,
sino saber en qué dirección has de sacar la cabeza.

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