jueves, 27 de febrero de 2014

Intento de escapada


Un joven estudiante de Arte, Marcos, entra en contacto a través de su profesora y galerista Helena con el polémico artista Jacobo Montes, el gran artista social del presente, cuya obra transgresora pretende denunciar los excesos del capitalismo en el mundo actual. Éste  se dispone a acudir a la ciudad para realizar una intervención artística, y necesita de un joven ayudante que le ayude sobre el terreno. Ese ayudante será Marcos, quien se compromete al principio con el proyecto artístico, consistente en mostrar la realidad en la que viven los inmigrantes en el municipio, seres casi invisibles que son utilizados como mano de obra barata después de haber cruzado el estrecho en condiciones precarias, huyendo de la cruda realidad de sus lugares de origen para venir a acabar en otra realidad igualmente cruda.

El proyecto, que llevará el título de Intento de escapada, consistirá en encerrar a uno de esos inmigrantes, Omar, en una estructura metálica que semeja un ataúd. Cuanto más tiempo aguante sin salir, mayor será la cuantía de dinero que se le pagará por su participación en la obra. Marcos, que ha puesto en contacto a Omar y a Montes,  comienza a cuestionar cada vez más la ética del artista y abandona el proyecto una vez que ha comenzado el claustrofóbico encierro de Omar. Un mes después, acude a la inauguración en la galería de Helena, por la que se siente atraído, aunque ella parece no hacerle demasiado caso. La exposición del ataúd metálico con la proyección de la grabación en la que se ve a Omar entrando en él, junto con el olor pútrido que sale del mismo hacen sospechar a Marcos que tal vez Montes haya decidido llevar su obra hasta las últimas consecuencias y se haya atrevido a asesinar al inmigrante y exponerlo a la vista de todos en la estructura metálica. El estudiante hace partícipe a Helena de sus sospechas, pero ésta lo tacha de ignorante y acaba seduciéndolo para evitar que informe a la policía.

Tiempo después, con un Marcos ya convertido en profesor de Arte en la Universidad, tiene lugar en París una retrospectiva de la obra de Jacobo Montes, a la que Marcos acude con la intención de abrir el ataúd para comprobar si realmente está allí el cuerpo del inmigrante desaparecido.


Esta primera obra del murciano Miguel Ángel Hernández, semifinalista del XXX Premio Herralde de Novela de la editorial Anagrama, plantea, a través del joven protagonista, Marcos, cuestiones que afectan a los derroteros que el mundo del arte, aunque aplicables a la sociedad en general, ha tomado a partir de los movimientos de vanguardia y la II Guerra Mundial.

Helena proyectó algunas imágenes más de suspensiones. Personas traspasadas por ganchos, colgadas de árboles y plataformas, representaciones y grandes eventos donde las elevaciones se practicaban en grupo. Una especie de gran bautismo de sangre e ingravidez.
 - De lo que se trata en el fondo -continuó- es de levantar los pies del suelo, de levitar, pero ahora de modo real y físico. Ésa ha sido una de las obsesiones de los artistas durante la modernidad, la elevación espiritual. Y algunos lo han conseguido, o al menos lo han buscado, a través del levantamiento físico, de una batalla emprendida contra la fuerza de la gravedad. La ingravidez como meta, el vuelo como elevación. Desde Malévich, con sus pinturas de aviones, a las levitaciones del mago David Blaine, o desde las suspensiones de Francesca Woodman hasta la hazaña de Philippe Petit sobre el alambre entre las Torres Gemelas. Volar, elevarse, escapar…, salir de este mundo que nos mantiene pegados a la tierra y con la cabeza a ras del suelo.


El tema principal de la obra es el límite ético que han de tener las obras de arte, o más bien el planteamiento sobre tal límite. Tal y como se manifiesta en la novela a través de la profesora Helena, ¿debe el artista mantener unos límites éticos con respecto a la obra de arte o, por el contrario, su intento de ir más allá, de denuncia social, le permite evadir esos límites? Se trata de una cuestión espinosa que no puede ser solucionada de manera tajante ni absoluta, sino que ha de tomarse en perspectiva. Podemos considerar que una de las funciones del arte sea la social, esto es, que sirva para denunciar injusticias y mostrar las realidades más desagradables. Esta función social del arte estaría representada en la novela por Jacobo Montes. Sin embargo, eso no exime al artista de aplicar unos límites éticos al producto en sí. Precisamente, el arte, en su propia esencia, ha de ser ético a mi juicio. En cualquier caso, mis ideas al respecto coinciden bastante con las planteadas por Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo.


-¿Y desde cuándo el artista tiene que ser bueno, moral o legal? -dijo Helena sin inmutarse-. Que una cosa sea una obra de arte no es impedimento para que sea un mal acto social. Desde hace mucho tiempo, ética y estética son cosas diferentes.


Miguel Ángel Hernández juega muy bien con los elementos artísticos que tiene a su alcance, y sabe involucrarnos en ese debate sobre los derroteros del arte en el siglo XXI. Para ilustrar esa estética alejada de la ética, el autor nos muestra toda una serie de productos artísticos polémicos, si bien algunos de ellos han sido hoy día aceptados como revolucionarios en su momento. Así, por ejemplo, aparecen al principio del libro, citados por el personaje de Helena como muestras de ese arte transgresor Piero Manzoni y su Merda d’artiste, el supermasoquista Bob Flanagan o incluso Pier Paolo Pasolini y el descarnado largometraje Saló o los 120 días deSodoma.



Jacobo Montes, aunque creación literaria, parece ser un trasunto de un transgresor artista español, SantiagoSierra. Se trata de un personaje redondo, cuya presencia se intuye desde el principio hasta el final del libro, enigmático, acaso iluminado. Al principio de la novela, se incluye una falsa cita: El arte es una cosa sucia, y no hay manera de lavarla sin que pierda su color; que va a ser un leitmotiv a lo largo de la misma. La función del artista es denunciar, sí, pero no a través de la ética. Al fin y al cabo, Montes es un ególatra que busca rellenar su propia teoría de experiencias:


Su obra, decía, probablemente iba a girar en torno a los problemas de la comunicación y el aislamiento del lenguaje, una cuestión a la que había dedicado sus últimos trabajos. Por eso me pidió que cuanto antes le enviase una lista con los locutorios de la ciudad, con sus localizaciones y con la nacionalidad de sus propietarios. También una foto de cada uno. Del exterior y del interior. Y lo más importante, que lo mandase todo desde uno de los locutorios de la ciudad, como si fuera un usuario más. Le interesaban los datos, pero sobre todo las experiencias. Debía observar, analizar y sentir. Eso era lo que diferenciaba al arte de a sociología. “Los datos son siempre erróneos -escribía-, aunque no podemos escapar de ellos. Pero las experiencias nunca se equivocan. El arte es una forma de experiencia.”

La novela se sustenta, además de la fuerza del personaje de Jacobo Montes, en el uso del triángulo amoroso, en este caso traspasado de teoría artística, que forman Helena, Marcos y Jacobo.

Por último, cabría destacar el final “abierto” y metaliterario del propio relato. Quizás, más que de un final abierto, habría que hablar de una inconclusión, pues se presta a la interpretación que el lector quiera hacer sobre lo que habría o no en la escultura de Montes. También la última nota de Marcos con respecto a la investigación desarrollada en París encaja como una última pieza en el puzle que nos ha de ofrecer el perfil de Jacobo Montes.


Allí no había nada. Y sin embargo, justo cuando el vigilante tiró de mí hacia atrás y me alejó de la caja, pude observar unos pequeños arañazos en la madera. Mientras caía al suelo, me acordé de Noche y niebla, la película de Resnais sobre los campos de concentración, y se me vino a la cabeza la imagen de las marcas en los techos de las salas donde los judíos eran gaseados. Eran las huellas de la barbarie, heridas en el hormigón proyectadas a través de la historia. Imaginé entonces a Omar arañando la caja para salir y a Montes impidiéndole escapar. Y pensé de nuevo en la iconostasis, en quién está a salvo y quién se juega la vida, y en cómo todo, en el fondo, es una manera de guardar la distancia. Porque ese vacío que ahora había dejado de serlo no era otra cosa que esa distancia sagrada que yo acababa de profanar.

martes, 4 de febrero de 2014

Andamios



Tal y como aparece recogido en el Diccionario de la R.A.E., y al que Benedetti alude en el prólogo a su novela, la primera entrada del término andamio es: “Armazón de tablones o vigas puestos horizontalmente y sostenidos en pies derechos y puentes, o de otra manera, que sirve para colocarse encima de ella y trabajar en la construcción o reparación de edificios, pintar paredes o techos, subir o bajar estatuar u otras cosas, etc.”. Siguiendo esta definición, esta novela, tal y como explica el uruguayo en el introito, es una colección de andamios sobre la vida de un personaje, Javier, que viene a ser un trasunto del propio Benedetti. Exiliado forzoso por la dictadura que sufrió  Uruguay entre 1973 y 1985, Javier vuelve al país con la reforma democrática, para descubrir que ya no es un exiliado, sino un desexiliado, que ha perdido su sitio tanto en el lado de acá, donde se va reencontrando con los compañeros militantes de la izquierda que sufrieron cárcel y tortura; como del lado de allá, donde dejó a su exmujer Raquel y a su hija Camila.

[…] Fueron varias etapas. Una primera, ésa en que te negás a deshacer las maletas (bueno, las valijas), porque tenés la ilusión de que el regreso será mañana. Todo te parece extraño, indiferente, ajeno. Cuando escuchás los noticieros, sólo ponés atención a los sucesos internacionales, esperando (inútilmente, claro), que digan algo, alguito, de tu país y de tu gente. La segunda etapa es cuando empezás a interesarte en lo que sucede a tu alrededor, en lo que prometen los políticos, en lo que no cumplen (a esa altura ya te sentís como en casa), en lo que vociferan los muros, en lo que canta la gente. Y ya que nadie te informa de cómo van Peñarol, Nacional o Wandereres o Rampla Juniors, te vas convirtiendo paulatinamente en forofo (hincha, digamos) del Zaragoza o del Albacete o del Tenerife, o de cualquier equipo en el que juegue un uruguayo, o por lo menos algún argentino o mexicano o chileno o brasileño. No obstante, a pesar de la adaptación paulatina, a pesar de que vas aprendiendo las acepciones locales, y ya no decís “vivo a tres cuadras de la Plaza de Cuzco”, ni pedís en el estanco (más o menos, un quiosco) una caja de fósforos, sino de cerillas, ni le preguntás a tu jefe cómo sigue el botija, sino el chaval, y cuando el locutor dice que el portero (o sea, el golero), “encajó un gol” sabés que eso no quiere decir que él lo hizo sino que se lo hicieron; cuando ya te has metido a codazos en la selva semántica, igual te siguen angustiando, en el recodo más cursi de la almita, el goce y el dolor de lo que dejaste, incluidos el dulce de leche , el fainá, la humareda de los cafés y hasta la calima de la Vía Láctea, tan puntillosa nuestro firmamento y, por obvias razones cosmogónicas o cosmográficas, tan ausente en el cuelo europeo. No obstante, as time goes by (te lo dice Javier Bogart) por fin se borran las vedas políticas que te impedían el regreso. Sólo entonces se abre la tercera y definitiva etapa, y ahí sí empieza la comezón lujuriosa y casi absurda, el miedo a perder la bendita identidad, la coacción en el cuore y la campanita en el cerebro. Y aunque sos consciente de que la operación no será una hazaña ni un jubileo, la vuelta a casa se te va volviendo imprescindible.

La historia está construida en forma de breves retazos, que son andamios a los que alude el título. En mi cabeza se forma la imagen de una casa con múltiples ventanas, cada una de ellas diferente, mostrando tan solo una parte de la casa, que sería la totalidad. Algo así sucede con Javier, cuyas ventanas se van mostrando a lo largo de las páginas en las conversaciones con los amigos, en las cartas con su hija y su exmujer, en sus reflexiones personales, en sus encuentros con Rocío,… Al finalizar el libro, es cuando vemos el rostro completo, descubrimos quién es realmente Javier.

Uno de los temas principales de la novela es el desexilio, tal y como lo llama el propio Javier. En su interior, la conciencia le remuerde por haberse marchado del país cuando salió de la cárcel, lo que provoca ese sentimiento de extrañeza en él: no reconoce el lugar al que ha vuelto, ni a las personas con las que se encuentra, ni se reconoce a sí mismo a través de sus ideales. Es el cambio en la vida. Y sin embargo (y esto es lo que me fascina de Benedetti), todo aparece bajo un destilado y fino humor -irónico en muchos casos, no hay más remedio- que evita que el lector y Javier caigan en la melancolía, la apatía, el desencanto o el desengaño. Jodidos, sí, pero conscientes. Este es el mundo que quedó tras las revoluciones y la Guerra Fría, el Che, Mao, París en el 68, Vietnam, algunas matanzas diseminadas por todo el planeta, nada de esto volverá a repetirse y el capitalismo que viene a invadirlo todo, a conquistarlo todo, a devorarlo todo, porque nunca se sacia:

[…] En apariencia todo está bien. Los diputados son elegidos por voto popular; también los senadores y las autoridades municipales, y en la mayoría de los casos, el presidente. (Los reyes, en cambio, agrego yo, no son democráticamente elegidos, pero en compensación no mandan). Sin embargo, quienes en verdad deciden el rumbo económico, social y hasta científico de cada país, son los dueños del gran capital, las transnacionales, las prominentes figuras de la Banca. Y ninguno de ellos es elegido por la ciudadanía. Aquí trepo con euforia al vagón de Saramago. ¿De qué voto popular surgieron los presidentes del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Trilateral, el Chase Manhattan, el Bundesbank, etcétera? Sin embargo, es esa élite financiera la que sube o baja intereses, impulsa inflaciones o deflaciones, instaura la moda de la privatización urbi et orbi, exige el abaratamiento del despido laboral, impone sacrificios a los más para que los menos se enriquezcan, organiza fabulosas corrupciones de sutil entramado, financia las campañas políticas de los candidatos más trogloditas, digita o controla el 80% de las noticias que circulan a nivel mundial, compagina las más fervorosas prédicas de paz con la metódica y millonaria venta de armas, incorpora los medios de comunicación en su Weltanschauung. La clase que decide, en fin.
  
El libro toca muchos de los temas fundamentales en la obra de Benedetti y lo enraíza a su producción poética: el amor, el exilio, la política, la revolución, la amistad, la juventud,… Siempre se pueden encontrar grandes verdades escondidas bajo una reflexión de café, o una sucinta ironía.


-Quiero aclararte algo. Todos ésos: los motorizados, los del bakalao, los drogadictos, son los escandalosos, los que figuran a diario en la crónica de sucesos, pero de todos modos son una minoría. No la tan nombrada minoría silenciosa pos-Vietnam, sino la minoría ruidosa pre-Maastricht. Pero hay muchos otros que quieren vivir y no destruirse, que estudian o trabajan, o buscan afanosamente trabajo (hay más de dos millones de parados, pero no es culpa de los jóvenes), que tienen su pareja, o su parejo, y hasta conciben la tremenda osadía de tener hijos; que gozan del amor despabilado y simple, no el de Hollywood ni el de los culebrones venezolanos sino el posible, el de la cama monda y lironda. No creas que el desencanto es una contraseña o un emblema de todas las juventudes. Yo diría que más que desencanto es apatía, flojera, dejadez, pereza de pensar. Pero también hay jóvenes que viven y dejan vivir.