domingo, 30 de noviembre de 2014

El desierto de los tártaros



Cualquier excusa es buena para llegar a un libro. En mi caso, la lectura de El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, vino recomendada por un amigo italiano, Pietro, durante la boda de una amiga común. Allí, entre copas de vino y conversaciones más o menos forzadas, comenzamos a hablar de literatura, y él me recomendó fervientemente la lectura de esta novela italiana. Como suele ocurrir, recogí el título, que quedó relegado hasta casi un año después, en concreto este verano pasado, cuando comencé su lectura.

La novela narra el inicio de la vida adulta del soldado Giovanni Drogo. Destinado  a la Fortaleza Bastiani, bastión septentrional (el juego de palabras no es casual) de un país desconocido (probablemente Italia) contra los tártaros o bárbaros del Reino del Norte. Al principio, Drogo sueña con una gran carrera militar, cuyo punto de comienzo es una fortaleza clave en la defensa del país, pero, al poco de llegar, se da cuenta de que aquel no es más que un rincón olvidado del reino en el que nunca pasa nada. Tal y como es advertido al principio, puede marcharse cuando quiera, pues el médico de la fortaleza le facilitará la salida mediante prescripción. Aún así, el capitán Matti lo convence para que pruebe durante cuatro meses. Giovanni acepta, y en esos cuatro meses comienza a mimetizarse con la vida militar y ordinaria: hace algunos compañeros, participa en la rutina diaria, los días se suceden monótonamente,… Su primer permiso, que aprovecha para volver a la ciudad, le ponen de manifiesto que ya ha perdido el contacto con los que una vez fueron sus amigos, y con aquella mujer a la que alguna vez, tal vez secretamente incluso para sí mismo, amó. De esta manera, Drogo cae en la cuenta de que su única posibilidad es continuar en la Fortaleza, a la espera de un enemigo que nunca llega.

La llegada de una división para reformular las fronteras del país mostrará la rivalidad entre las distintas secciones de un mismo ejército, y sacará a relucir el insensato honor militar, que será la perdición del teniente Pietro Angustina, amigo de Drogo que se le aparece en sueños invitándolo a acompañarlo. Se trata de sueños cargados de simbolismo, aunque Giovanni es incapaz de descifrarlos. Angustina, muerto de forma estúpida, es considerado como un héroe de guerra, sin haber luchado, mostrando la falacia e hipocresía de los altos mandos.

Un par de hechos rompen la monotonía castrense. Por un lado, un caballo que aparece en el desierto, tierra de nadie sobre la que se ciernen los tediosos ojos de los vigías, y al que el soldado raso Lazzari intentará capturar sin permiso de sus superiores: una desafortunada coincidencia (ignora el santo y seña de la guardia saliente) le hará perder la vida. El otro hecho significativo es cuando el teniente Simeoni avista a lo lejos lo que parece ser una carretera que está siendo construida por el enemigo para transportar tanques con los que atacar la fortaleza. Paradójicamente, pese a que llevan una eternidad esperando a que pase algo, los gerifaltes del bastión no ordenan acción alguna (salvo quitarle a Simeoni su catalejo para evitar crear revuelo), y poco a poco comienza a disiparse la certeza de que se trate de una carretera.

Giovanni asciende de graduación militar al tiempo que envejece, simplemente por pura mecánica jerárquica, sin ningún motivo justificado. Finalmente, un Drogo recluido en la cama, ya como segundo en el mando de un reducto cada vez más abandonado, es alertado de la llegada, esta vez sí, del enemigo. Lleva toda la vida esperando ese momento, y sabe que al menos le quedará el honor de poder morir en el campo de batalla, pero su frágil condición física obliga al coronel Simeoni, como alto mando del bastión, a apartarlo de la Fortaleza Bastiani, siendo enviado a una pensión cercana donde termina sus días.



La novela se enmarca dentro de toda una tradición muy desarrollada en la literatura del siglo XX, lo que podríamos llamar las novelas de espera. Pueden citarse títulos como Esperando a Godot, de Samuel Beckett; El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez; o, muy próximas a Buzzati, las novelas de Kafka, como El proceso. No en vano, todas estas novelas tienen como uno de sus fines mostrar el absurdo existencial de determinados sistemas (judicial, administrativo, militar) que anulan la voluntad humana y la individualidad en pos de una colectividad uniforme e insulsa. No es menos la novela que comentamos, pues Buzzati utiliza muy bien algunos elementos a su alcance para mostrarnos esa absurdidad extrema. Por ejemplo, el caso de la muerte de Lazzari, una muerte estúpida, cuando había acudido a recoger el caballo extraviado que aparece en el páramo desierto, y que es disparado por sus compañeros (pese a que lo reconocen, aunque no se mencione), por desconocer la contraseña para ese día.

El tema principal del relato es esa crítica que realiza Buzzati a la sinrazón del mundo militar, que lleva a los individuos a desposeerse de sus sueños y esperanzas. Drogo es el ejemplo de esta pérdida de la identidad en pos de un supuesto bien común, la salvaguarda del reino: alejado de la vida civil, consume sus días en la mecánica repetición de actos. Tan sólo al final, cuando, ya enfermo, ni siquiera sale de su camastro, y es avisado de que se acercan los enemigos, su vida parece cobrar sentido: Giovanni recuerda todos aquellos compañeros que se trasladaron de la Fortaleza, en busca de un destino más activo en el que poder hacer carrera militar. Pero la vida es implacable, y la enfermedad le impide poder participar en la batalla, tener una muerte digna. Su indolencia vital ha sido fiel hasta el final. Drogo se despide en la cama, dibujando en el último momento una sonrisa en sus labios, la única que esboza en toda la novela.

Buzzati inserta la narración en una temporalidad y especialidad indeterminadas. Desconocemos cuándo se produce la acción (tal vez en los albores del siglo XX), así cómo dónde sucede ésta (posiblemente algún territorio colonial italiano). Esta indeterminación contribuye a crear en el lector esa sensación de pérdida, de extravío existencial, pues el tiempo es un círculo ad aeternum en el que todos los días y todos los actos son repetidos, y cuya única muestra de avance es el deterioro físico que produce la edad.

Una última cuestión interesante es la de la identidad de los tártaros. Bajo esa identidad se esconde el otro, el desconocido, el bárbaro; una idea muy extendida en toda la literatura, y que Buzzati recoge, es el miedo a ese desconocido que es diferente de lo que uno es; y que, a falta de un conocimiento más profundo, se convierte en recipiente sobre el que verter nuestros miedos y odios colectivos, el enemigo del que hay que protegerse aunque, como se afirma en la novela, ni siquiera se sepa por qué se lucha, o de quién hay que defenderse. Una de las caras de la otredad, sin duda, que lleva al apático Giovanni Drogo a perder la esperanza y a vivir en soledad:

“Poco a poco la confianza se debilitaba. Es difícil creer en algo cuando uno está solo y no puede hablar de ello con nadie. Precisamente en esa época Drogo se dio cuenta de que los hombres, por mucho que se quisieran, siempre permanecían alejados; si uno sufre, el dolor es completamente suyo, ningún otro puede tomar para sí ni una mínima parte; si uno sufre, no por eso los otros sienten daño, aunque el amor sea grande, y eso provoca la soledad en la vida.”



Existe una versión para el cine dirigida por Valerio Zurlini en 1976, y protagonizada por Jacques Perrin como Drogo, además de contar con la participación de Vittorio Gassman, Francisco Rabal y Fernando Rey.

domingo, 12 de octubre de 2014

Las extraordinarias aventuras de Adéle Blanc-Sec


Fiel a mi tardanza general, motivada por mi poliocupación, vengo a comentar la obra completa, recogida en tres volúmenes por Norma editorial, de Las aventuras de Adéle Blanc-Sec¸ obra del genial Jacques Tardi.

El personaje principal, heroína de las historietas, es Adéle Blanc-Sec, una escritora francesa afincada en París que vive de publicar sus propias aventuras. Es una mujer atractiva, capaz de despertar pasión en los hombres y celos en las mujeres, que, muchas veces de manera absurda, se ve envuelta en aventuras bastante dispares.

Sus aventuras transcurren en un París pre-contemporáneo, en torno a 1911, con los tambores de la I Guerra Mundial ya sonando de fondo. De hecho, el personaje de Adéle es una prolongación del antimilitarismo declarado de su autor, Tardi, como ya demostró en la obra ¡Puta guerra!. Pese al nacionalismo reinante en Francia por aquellos años (recordemos el caso Dreyfuss y el asesinato de Jean Jaurés), Adéle muestra un contrapunto cínico contra aquellos que promueven la lucha armada como solución política a todo.


Las aventuras de Adéle están impregnadas de lo fantástico y lo sobrenatural: pterodáctilos salvajes, momias que vuelven a la vida, sectas babilónicas secretas con lo más selecto de la sociedad parisina,… La galería de personajes secundarios es igualmente importante, pudiendo estos clasificarse según sus diferentes funciones:


- Entre los científicos, destacan el profesor Ménard (responsable del Jardin des Plantes y quien devuelve, cual Frankenstein, al pterodáctilo a la vida), Robert Esperandieu (quien sorprende al convertirse en uno de los villanos contra los que lucha Adèle) y el profesor Dielevault (otro de los grandes enemigos que tiene la escritora en su contra).

- La policía aparece siempre caracterizada entre incompetente, en el caso del comisario Caponi y del detective Simón Flageolet; cruel y déspota, en el caso del comisario Laumanne; o manipuladora y corrupta, como le sucede al comisario Dugommier, líder de la secta adoradora de Pazuzu. 



Curiosamente, los bandidos muestran dos caras diferentes: los hay que intentan asesina a Adéle (sus primigenios ayudantes Albert y Joseph, o el tirador Thomas Rove); pero entre éstos se cuenta el que parece el único hombre por el que se ha interesado la damisela parisina, Lucien Ripol, que aparece en su primera aventura, Adéle y la bestia.

- Sus amistades, si es que pueden calificarse como tal, y que sirven de contrapunto cómico a la intriga principal, se sitúan siempre en el lado de la marginalidad y el ocultismo, muy a menudo salpicados por el alcoholismo. Es lo que le ocurre al soldado Lucien Brindavoine, excelente ejemplo de militar asqueado de la guerra y del trato que la sociedad les dispensa a los soldados tras la misma; el payaso y humorista Roy o la momia (sí, una momia) que tenía Adéle en su casa y que, un día, tras cuatrocientos años dormida, cobra vida y se marcha a conocer el incipiente siglo XX en Momias enloquecidas.


- Mención especial merece el multimillonario, y malvado, Otto Lindenberg, un capitalista especulador condenado a la parálisis, que, sin embargo, es capaz de ejecutar el mal por puro placer. Recuerda, poderosamente, a cualquiera de esos magnates que pueblan la geografía mundial, que hacen y deshacen con su dinero sin que ningún gobierno sea capaz de controlarlos, y que carecen de ética porque la ley no se hizo para ellos.


Toda la saga se enmarca dentro de la denominada corriente steampunk, en la que el retrofuturismo se basa en la estética victoriana de finales del XIX y principios del XX, con los adelantos técnicos -y visionarios- surgidos en la época. Todo ello, por supuesto, bajo el prisma cínico de Tardi, quien muestra su desconfianza hacia el ser humano a través de los diálogos de los personajes.


Los tres tomos de la edición completa de Norma Editorial se completan con la novela gráfica "El demonio de los hielos", una historia muy del estilo de Julio Verne, una referencia fundamental, sin duda, para Tardi.

martes, 23 de septiembre de 2014

El gran Gatsby


Este año 2014 ha resultado importante para el clásico norteamericano de Francis Scott Fitzgerald. Al estreno de la película realizada por Martin Scorsese y protagonizada por Leonardo DiCaprio, hay que sumarle la aparición de la novela gráfica de Stéphane Melchior-Durand y Benjamin Bachelier.

Una de las principales características de la adaptación novela gráfica son las diferencias que presenta con respecto al original norteamericano. Así, por ejemplo, la acción no se sitúa en los Estados Unidos de los años 20, sino en el Shangai de la actualidad, siendo los personajes caracterizados con rasgos asiáticos. Por otra parte, la supuesta homosexualidad de Nick Carraway, que en la novela original es tan sólo sugerida (lógico si tenemos en cuenta que se publicó en 1925), aparece en la novela gráfica de manera explícita, ya que mantiene una relación sexual con Chester.

Nick Carraway es un joven arquitecto sin demasiadas ambiciones, cuya vida se ha guiado por un consejo paterno: nunca juzgar a los demás. Por casualidad, logra adquirir una vivienda en el barrio de moda de la ciudad, junto a la mansión de un enigmático Gatsby, del que todo el mundo ha oído hablar. Nick entra de nuevo en contacto con su prima Daisy, una flapper, y su marido, Tom Buchanan, un rico bravucón cuyo matrimonio es una pelea constante. Durante una cena con Tom, Daisy y una amiga de ésta, Jordan Baker, Nick menciona que es vecino de Jay Gatsby. Más adelante, Tom lleva a Nick a presentarle a su amante, Myrtle Wilson, casada con George, un mecánico pusilánime. Tomando una copa con Myrtle, Tom, Catherine (la hermana de Myrtle) y Chester, un vecino fotógrafo, Carraway descubre que Gatsby está en boca de todos los personajes de la alta clase social de la ciudad. Es un hombre misterioso del que no se sabe la procedencia de su fortuna.

El enigmático Jay Gatsby es conocido porque ofrece grandes fiestas los sábados por la noche en su mansión. En una de esas fiestas, Nick conoce a Gatsby, y traban amistad. Por medio de Jordan, Nick se entera de que Gatsby y su prima Daisy tuvieron una relación amorosa que se terminó a causa de la guerra, y del matrimonio de Daisy con Tom. Juntos, diseñan un plan para que Gatsby recupere a Daisy. Nick invita a su prima a tomar el té, y allí se presenta Gatsby, quien finalmente logra convencer a Daisy para seguir viéndose.


Tiempo después, Gatsby acude a casa de los Buchanan. El encuentro entre éste y Tom muestra que ambos chocan frontalmente. Durante un baño en la piscina, Tom se enfrenta a Gatsby, y éste le revela que mantiene una aventura con su mujer. Enfurecido, todos abandonan el edificio. Trastornada por la escena que ha contemplado, y bajo un intenso aguacero, Daisy atropella mortalmente a Myrtle, quien se había lanzado contra el coche pensando que era Tom quien conducía. Para encubrirla, Gatsby dirá que el accidente ha sido culpa suya. Perturbado por la muerte de su mujer, George Wilson es manipulado por Tom, y acaba colándose en la finca de Gatsby para asesinarlo. Después, se suicida de un tiro en la cabeza.

Tom y Daisy rompen lazos y abandonan la ciudad. Nick, que también rompe con Jordan, se encarga de arreglar el funeral de Gatsby, al que no asiste nadie, excepto el padre de Jay, que le encarga cumplir el sueño de la niñez de Gatsby. En el jardín, frente a la luz verde que hipnotizaba al protagonista (desde donde se ve la casa de Daisy, al otro lado de la bahía), Carraway afirma que es el deseo de replicar el pasado lo que nos hace volver a él todo el tiempo.

La novela de Scott Fitzgerald supuso un hito de la literatura norteamericana por reflejar de manera fiel la crisis de los años 20, una época vivida a ritmo de jazz y alcohol que acabó truncada con el crack del 29, en el que se puso de manifiesto el poder del dinero y la avaricia de las clases sociales más elevadas, cuya superficialidad en los temas referentes a la moral era también bastante elevada.

Sin duda alguna, los personajes construidos por Scott Fitzgerald mantienen por sí solos el ritmo de la novela, en especial el protagonista, Jay Gatsby, cuya figura se va dibujando a nuestros ojos siguiendo los comentarios e impresiones de quienes lo rodean y frecuentan, y obteniendo, por tanto, una visión parcial e intrigante del personaje.


miércoles, 23 de abril de 2014

Lo que mueve el mundo



El final de la primera mitad del siglo XX estuvo marcado, indiscutiblemente, por dos sucesos que afectaron a Europa de manera determinante. Por un lado, la Guerra Civil española, que resultó ser el preámbulo del segundo de esos acontecimientos, la II Guerra Mundial.

La novela se inicia con el exilio de Karmentxu, una de las miles de niñas y niños que fueron enviados a hogares de acogida durante la contienda española. En el caso de la niña bilbaína, ella y su hermano fueron enviados a Gante, donde cambiará la vida del joven escritor Robert Mussche. Gracias a ese hilo de unión, los años que pasa Karmentxu en casa de los Mussche, logramos ir conociendo la vida y destino de un escritor casi anónimo que vivió el horror de la ocupación nazi, y que luchó (pagándolo con su vida) contra la opresión que el régimen alemán quiso extender a toda Europa.

Sin embargo, lo verdaderamente importante de la novela no es tanto el trasfondo, que sirve para contextualizar la vida de Mussche, como la actitud y determinación que éste fue adoptando a lo largo de su vida, cómo su forma de ser y pensar, rescatada por Kirmen Uribe, se convierte en un alegato que representa, como bien dice el título, lo que mueve el mundo.

Uribe traza de manera ejemplar la biografía de un hombre casi desconocido, un poeta perdido en la época de guerras, comprometido intelectualmente con las ideas socialistas y las libertades. Se trata de una novela de la memoria, cuyo final, triste pero sin embargo esperanzador, y los testimonios que recoge a lo largo de toda la novela, nos transmiten una actitud moral frente a cualquier sinrazón que la barbarie pueda provocar: Kirmen Uribe nos dice, a través de los hechos de Robert Mussche, qué es lo realmente importante, qué es lo que mueve el mundo: el amor, la amistad, la abnegación,…

De la novela en sí quiero destacar dos aspectos. De una parte, la mezcla de ficción y realidad, que aparecen entrelazadas como un solo ente. Uribe-narrador y Uribe- personaje se confunden, al igual que se confunden las voces narrativas, y a partir de un suceso contado durante un encuentro literario en Bogotá, el escritor vasco va tirando del hilo de la historia, contactando con Karmentxu y la familia belga que le acogió, rescatando los fragmentos de la vida de Mussche y mostrándonos el mosaico que se configura la vida de una persona real, perdida en el maremagnum de una época convulsa.

De otra parte, la poeticidad está latente durante toda la novela, pues es incuestionable que Uribe es, ante todo, un poeta. Así, en determinado momento, afirma esa voz de Uribe que se confunde entre narrador y personaje:


“Un viejo poema chino dice que si dos personas se quieren mucho, sin han estado muy unidas y una de las dos muere, la que muere en realidad es aquella que sigue andando.” 

Wilt



Henry Wilt es un aburrido profesor de Formación Profesional en una ciudad inglesa. Carece de ambición e iniciativa y sus alumnos eluden cualquier tipo de enseñanza por su parte, motivos por los cuales no llega nunca a consolidar su plaza de profesor en el Centro de Formación, y es reprochado por su mujer, Eva, llena de carácter y fuerza y que se mueve impulsivamente. Cada tarde, mientras pasea a su perra, Wilt fantasea con la posibilidad de asesinar a su mujer. Por su parte, Eva conoce en un curso de XXXX a Sally Pringsheim, una americana que encandila a Eva con sus teorías sobre la liberación sexual femenina.

Los Wilt asisten a una fiesta en casa de los Pringsheim llena de seudointelectuales, y en la que Henry es acosado por Sally. Al negarse a tener relaciones con ella, ésta le golpea dejándolo inconsciente, lo desnuda, y le acopla una muñeca hinchable, Judy. Cuando Henry vuelve en sí, intenta liberarse de la muñeca, golpeándose en la cabeza y llamando la atención de todos los invitados, quienes lo descubren. Avergonzado y ebrio se marcha de la fiesta, y Eva se queda, consolada por Sally y Gaskell.

Wilt decide llevar a cabo su plan de asesinato con la muñeca hinchable: la viste como su mujer y la arroja al agujero de los cimientos del nuevo edificio del instituto. Al día siguiente, cuando los obreros están empleando el hormigón para el pilar, creen vislumbrar el cadáver de una mujer, pero ya el cemento lo ha cubierto. Se inician las pesquisas policiales, y al final Wilt es acusado de haber asesinado a su mujer y a los Pringsheim, quienes en realidad han cogido prestado un yate y han embarrancado. Como la policía no encuentra a su mujer, y son incapaces de creer la verdadera historia de cómo llegó Judy hasta el agujero, Wilt estará retenido hasta que, al fin, Eva aparece medio desnuda en casa de un párroco dipsómano e informa de que su marido nada ha tenido que ver con su supuesto asesinato.

La novela de Tom Sharpe con la que inició una exitosa serie protagonizada por el anodino Wilt es realmente entretenida. El humor ácido se superpone una escena tras otra, creando confusiones en las que nada es lo que parece, y a las que nosotros, lectores que hemos visto cómo se ha ido desarrollando la trama, hemos asistido divertidos.

Tras esa impregnación humorística latente en casa episodio se esconde, como no podía ser de otra manera, una crítica a la sociedad inglesa, que es en realidad extensible a cualquier sociedad occidental.

De un lado, tenemos el que a mi juicio es el gran tema de la obra, la hipocresía. Ésta está patente en el comportamiento de prácticamente todos los personajes con el antihéroe Wilt: sus alumnos le golpean, sus compañeros le desprecian, su mujer le ningunea,… Estamos en la sociedad en la que el valor de una persona se mueve por la apariencia, no por el contenido verdadero. De ahí que, pese a estar detenido, Wilt se considere realmente libre. La sociedad ya lo ha juzgado y encontrado culpable, pese a que no hay cadáver ni móvil. Por otro lado, de una forma sarcástica Tom Sharpe afila sus dardos dirigidos a esos seudointelectuales cuya cháchara engañabobos no es más que una cáscara vacía y desprovista de sentido, encarnados en el matrimonio Pringsheim, personajes de una moda a punto de pasar. Del matrimonio americano, sin duda el mejor carácter es el de Sally Pringsheim, verdaderamente digna del psicoanálisis, cuya forma de hablar es producto de su teoría de la liberación sexual:

- Jódeme, nene Henry- dijo, y se alzó la falda-. Móntame, querido. Dale hasta gastármelo.
- Eso- dijo Wilt- iba a ser un poco difícil.
- Oh ¿Por qué?
- Bueno, por una parte sería imposible; y, en realidad, ¿por qué iba a hacerlo?
- ¿Quieres una razón? ¿Una razón para joder?
- Sí- dijo Wilt-. Sí que la quiero.
- Razón es traición. Siente libremente.
Tiró de él hacia sí y le besó. Wilt no se sentía en absoluto libre.
- No seas tímido, nene.
- ¿Tímido?- dijo Wilt, desplomándose de costado- ¿Tímido yo?
- Claro que lo eres. Está bien, ya sé que la tienes pequeña. Eva me lo dijo…


Tom Sharpe maneja perfectamente la transición de Wilt, insertándose en esa tradición que es tan británica como el propio esnobismo sobre el que se satiriza en la obra. Me estoy refiriendo al humor british, del que pueden servir como exponentes los Monty Python, pues ésta es sin duda una novela cuyas imágenes parecen sacadas del sexteto chiflado.


jueves, 27 de febrero de 2014

Intento de escapada


Un joven estudiante de Arte, Marcos, entra en contacto a través de su profesora y galerista Helena con el polémico artista Jacobo Montes, el gran artista social del presente, cuya obra transgresora pretende denunciar los excesos del capitalismo en el mundo actual. Éste  se dispone a acudir a la ciudad para realizar una intervención artística, y necesita de un joven ayudante que le ayude sobre el terreno. Ese ayudante será Marcos, quien se compromete al principio con el proyecto artístico, consistente en mostrar la realidad en la que viven los inmigrantes en el municipio, seres casi invisibles que son utilizados como mano de obra barata después de haber cruzado el estrecho en condiciones precarias, huyendo de la cruda realidad de sus lugares de origen para venir a acabar en otra realidad igualmente cruda.

El proyecto, que llevará el título de Intento de escapada, consistirá en encerrar a uno de esos inmigrantes, Omar, en una estructura metálica que semeja un ataúd. Cuanto más tiempo aguante sin salir, mayor será la cuantía de dinero que se le pagará por su participación en la obra. Marcos, que ha puesto en contacto a Omar y a Montes,  comienza a cuestionar cada vez más la ética del artista y abandona el proyecto una vez que ha comenzado el claustrofóbico encierro de Omar. Un mes después, acude a la inauguración en la galería de Helena, por la que se siente atraído, aunque ella parece no hacerle demasiado caso. La exposición del ataúd metálico con la proyección de la grabación en la que se ve a Omar entrando en él, junto con el olor pútrido que sale del mismo hacen sospechar a Marcos que tal vez Montes haya decidido llevar su obra hasta las últimas consecuencias y se haya atrevido a asesinar al inmigrante y exponerlo a la vista de todos en la estructura metálica. El estudiante hace partícipe a Helena de sus sospechas, pero ésta lo tacha de ignorante y acaba seduciéndolo para evitar que informe a la policía.

Tiempo después, con un Marcos ya convertido en profesor de Arte en la Universidad, tiene lugar en París una retrospectiva de la obra de Jacobo Montes, a la que Marcos acude con la intención de abrir el ataúd para comprobar si realmente está allí el cuerpo del inmigrante desaparecido.


Esta primera obra del murciano Miguel Ángel Hernández, semifinalista del XXX Premio Herralde de Novela de la editorial Anagrama, plantea, a través del joven protagonista, Marcos, cuestiones que afectan a los derroteros que el mundo del arte, aunque aplicables a la sociedad en general, ha tomado a partir de los movimientos de vanguardia y la II Guerra Mundial.

Helena proyectó algunas imágenes más de suspensiones. Personas traspasadas por ganchos, colgadas de árboles y plataformas, representaciones y grandes eventos donde las elevaciones se practicaban en grupo. Una especie de gran bautismo de sangre e ingravidez.
 - De lo que se trata en el fondo -continuó- es de levantar los pies del suelo, de levitar, pero ahora de modo real y físico. Ésa ha sido una de las obsesiones de los artistas durante la modernidad, la elevación espiritual. Y algunos lo han conseguido, o al menos lo han buscado, a través del levantamiento físico, de una batalla emprendida contra la fuerza de la gravedad. La ingravidez como meta, el vuelo como elevación. Desde Malévich, con sus pinturas de aviones, a las levitaciones del mago David Blaine, o desde las suspensiones de Francesca Woodman hasta la hazaña de Philippe Petit sobre el alambre entre las Torres Gemelas. Volar, elevarse, escapar…, salir de este mundo que nos mantiene pegados a la tierra y con la cabeza a ras del suelo.


El tema principal de la obra es el límite ético que han de tener las obras de arte, o más bien el planteamiento sobre tal límite. Tal y como se manifiesta en la novela a través de la profesora Helena, ¿debe el artista mantener unos límites éticos con respecto a la obra de arte o, por el contrario, su intento de ir más allá, de denuncia social, le permite evadir esos límites? Se trata de una cuestión espinosa que no puede ser solucionada de manera tajante ni absoluta, sino que ha de tomarse en perspectiva. Podemos considerar que una de las funciones del arte sea la social, esto es, que sirva para denunciar injusticias y mostrar las realidades más desagradables. Esta función social del arte estaría representada en la novela por Jacobo Montes. Sin embargo, eso no exime al artista de aplicar unos límites éticos al producto en sí. Precisamente, el arte, en su propia esencia, ha de ser ético a mi juicio. En cualquier caso, mis ideas al respecto coinciden bastante con las planteadas por Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo.


-¿Y desde cuándo el artista tiene que ser bueno, moral o legal? -dijo Helena sin inmutarse-. Que una cosa sea una obra de arte no es impedimento para que sea un mal acto social. Desde hace mucho tiempo, ética y estética son cosas diferentes.


Miguel Ángel Hernández juega muy bien con los elementos artísticos que tiene a su alcance, y sabe involucrarnos en ese debate sobre los derroteros del arte en el siglo XXI. Para ilustrar esa estética alejada de la ética, el autor nos muestra toda una serie de productos artísticos polémicos, si bien algunos de ellos han sido hoy día aceptados como revolucionarios en su momento. Así, por ejemplo, aparecen al principio del libro, citados por el personaje de Helena como muestras de ese arte transgresor Piero Manzoni y su Merda d’artiste, el supermasoquista Bob Flanagan o incluso Pier Paolo Pasolini y el descarnado largometraje Saló o los 120 días deSodoma.



Jacobo Montes, aunque creación literaria, parece ser un trasunto de un transgresor artista español, SantiagoSierra. Se trata de un personaje redondo, cuya presencia se intuye desde el principio hasta el final del libro, enigmático, acaso iluminado. Al principio de la novela, se incluye una falsa cita: El arte es una cosa sucia, y no hay manera de lavarla sin que pierda su color; que va a ser un leitmotiv a lo largo de la misma. La función del artista es denunciar, sí, pero no a través de la ética. Al fin y al cabo, Montes es un ególatra que busca rellenar su propia teoría de experiencias:


Su obra, decía, probablemente iba a girar en torno a los problemas de la comunicación y el aislamiento del lenguaje, una cuestión a la que había dedicado sus últimos trabajos. Por eso me pidió que cuanto antes le enviase una lista con los locutorios de la ciudad, con sus localizaciones y con la nacionalidad de sus propietarios. También una foto de cada uno. Del exterior y del interior. Y lo más importante, que lo mandase todo desde uno de los locutorios de la ciudad, como si fuera un usuario más. Le interesaban los datos, pero sobre todo las experiencias. Debía observar, analizar y sentir. Eso era lo que diferenciaba al arte de a sociología. “Los datos son siempre erróneos -escribía-, aunque no podemos escapar de ellos. Pero las experiencias nunca se equivocan. El arte es una forma de experiencia.”

La novela se sustenta, además de la fuerza del personaje de Jacobo Montes, en el uso del triángulo amoroso, en este caso traspasado de teoría artística, que forman Helena, Marcos y Jacobo.

Por último, cabría destacar el final “abierto” y metaliterario del propio relato. Quizás, más que de un final abierto, habría que hablar de una inconclusión, pues se presta a la interpretación que el lector quiera hacer sobre lo que habría o no en la escultura de Montes. También la última nota de Marcos con respecto a la investigación desarrollada en París encaja como una última pieza en el puzle que nos ha de ofrecer el perfil de Jacobo Montes.


Allí no había nada. Y sin embargo, justo cuando el vigilante tiró de mí hacia atrás y me alejó de la caja, pude observar unos pequeños arañazos en la madera. Mientras caía al suelo, me acordé de Noche y niebla, la película de Resnais sobre los campos de concentración, y se me vino a la cabeza la imagen de las marcas en los techos de las salas donde los judíos eran gaseados. Eran las huellas de la barbarie, heridas en el hormigón proyectadas a través de la historia. Imaginé entonces a Omar arañando la caja para salir y a Montes impidiéndole escapar. Y pensé de nuevo en la iconostasis, en quién está a salvo y quién se juega la vida, y en cómo todo, en el fondo, es una manera de guardar la distancia. Porque ese vacío que ahora había dejado de serlo no era otra cosa que esa distancia sagrada que yo acababa de profanar.

martes, 4 de febrero de 2014

Andamios



Tal y como aparece recogido en el Diccionario de la R.A.E., y al que Benedetti alude en el prólogo a su novela, la primera entrada del término andamio es: “Armazón de tablones o vigas puestos horizontalmente y sostenidos en pies derechos y puentes, o de otra manera, que sirve para colocarse encima de ella y trabajar en la construcción o reparación de edificios, pintar paredes o techos, subir o bajar estatuar u otras cosas, etc.”. Siguiendo esta definición, esta novela, tal y como explica el uruguayo en el introito, es una colección de andamios sobre la vida de un personaje, Javier, que viene a ser un trasunto del propio Benedetti. Exiliado forzoso por la dictadura que sufrió  Uruguay entre 1973 y 1985, Javier vuelve al país con la reforma democrática, para descubrir que ya no es un exiliado, sino un desexiliado, que ha perdido su sitio tanto en el lado de acá, donde se va reencontrando con los compañeros militantes de la izquierda que sufrieron cárcel y tortura; como del lado de allá, donde dejó a su exmujer Raquel y a su hija Camila.

[…] Fueron varias etapas. Una primera, ésa en que te negás a deshacer las maletas (bueno, las valijas), porque tenés la ilusión de que el regreso será mañana. Todo te parece extraño, indiferente, ajeno. Cuando escuchás los noticieros, sólo ponés atención a los sucesos internacionales, esperando (inútilmente, claro), que digan algo, alguito, de tu país y de tu gente. La segunda etapa es cuando empezás a interesarte en lo que sucede a tu alrededor, en lo que prometen los políticos, en lo que no cumplen (a esa altura ya te sentís como en casa), en lo que vociferan los muros, en lo que canta la gente. Y ya que nadie te informa de cómo van Peñarol, Nacional o Wandereres o Rampla Juniors, te vas convirtiendo paulatinamente en forofo (hincha, digamos) del Zaragoza o del Albacete o del Tenerife, o de cualquier equipo en el que juegue un uruguayo, o por lo menos algún argentino o mexicano o chileno o brasileño. No obstante, a pesar de la adaptación paulatina, a pesar de que vas aprendiendo las acepciones locales, y ya no decís “vivo a tres cuadras de la Plaza de Cuzco”, ni pedís en el estanco (más o menos, un quiosco) una caja de fósforos, sino de cerillas, ni le preguntás a tu jefe cómo sigue el botija, sino el chaval, y cuando el locutor dice que el portero (o sea, el golero), “encajó un gol” sabés que eso no quiere decir que él lo hizo sino que se lo hicieron; cuando ya te has metido a codazos en la selva semántica, igual te siguen angustiando, en el recodo más cursi de la almita, el goce y el dolor de lo que dejaste, incluidos el dulce de leche , el fainá, la humareda de los cafés y hasta la calima de la Vía Láctea, tan puntillosa nuestro firmamento y, por obvias razones cosmogónicas o cosmográficas, tan ausente en el cuelo europeo. No obstante, as time goes by (te lo dice Javier Bogart) por fin se borran las vedas políticas que te impedían el regreso. Sólo entonces se abre la tercera y definitiva etapa, y ahí sí empieza la comezón lujuriosa y casi absurda, el miedo a perder la bendita identidad, la coacción en el cuore y la campanita en el cerebro. Y aunque sos consciente de que la operación no será una hazaña ni un jubileo, la vuelta a casa se te va volviendo imprescindible.

La historia está construida en forma de breves retazos, que son andamios a los que alude el título. En mi cabeza se forma la imagen de una casa con múltiples ventanas, cada una de ellas diferente, mostrando tan solo una parte de la casa, que sería la totalidad. Algo así sucede con Javier, cuyas ventanas se van mostrando a lo largo de las páginas en las conversaciones con los amigos, en las cartas con su hija y su exmujer, en sus reflexiones personales, en sus encuentros con Rocío,… Al finalizar el libro, es cuando vemos el rostro completo, descubrimos quién es realmente Javier.

Uno de los temas principales de la novela es el desexilio, tal y como lo llama el propio Javier. En su interior, la conciencia le remuerde por haberse marchado del país cuando salió de la cárcel, lo que provoca ese sentimiento de extrañeza en él: no reconoce el lugar al que ha vuelto, ni a las personas con las que se encuentra, ni se reconoce a sí mismo a través de sus ideales. Es el cambio en la vida. Y sin embargo (y esto es lo que me fascina de Benedetti), todo aparece bajo un destilado y fino humor -irónico en muchos casos, no hay más remedio- que evita que el lector y Javier caigan en la melancolía, la apatía, el desencanto o el desengaño. Jodidos, sí, pero conscientes. Este es el mundo que quedó tras las revoluciones y la Guerra Fría, el Che, Mao, París en el 68, Vietnam, algunas matanzas diseminadas por todo el planeta, nada de esto volverá a repetirse y el capitalismo que viene a invadirlo todo, a conquistarlo todo, a devorarlo todo, porque nunca se sacia:

[…] En apariencia todo está bien. Los diputados son elegidos por voto popular; también los senadores y las autoridades municipales, y en la mayoría de los casos, el presidente. (Los reyes, en cambio, agrego yo, no son democráticamente elegidos, pero en compensación no mandan). Sin embargo, quienes en verdad deciden el rumbo económico, social y hasta científico de cada país, son los dueños del gran capital, las transnacionales, las prominentes figuras de la Banca. Y ninguno de ellos es elegido por la ciudadanía. Aquí trepo con euforia al vagón de Saramago. ¿De qué voto popular surgieron los presidentes del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Trilateral, el Chase Manhattan, el Bundesbank, etcétera? Sin embargo, es esa élite financiera la que sube o baja intereses, impulsa inflaciones o deflaciones, instaura la moda de la privatización urbi et orbi, exige el abaratamiento del despido laboral, impone sacrificios a los más para que los menos se enriquezcan, organiza fabulosas corrupciones de sutil entramado, financia las campañas políticas de los candidatos más trogloditas, digita o controla el 80% de las noticias que circulan a nivel mundial, compagina las más fervorosas prédicas de paz con la metódica y millonaria venta de armas, incorpora los medios de comunicación en su Weltanschauung. La clase que decide, en fin.
  
El libro toca muchos de los temas fundamentales en la obra de Benedetti y lo enraíza a su producción poética: el amor, el exilio, la política, la revolución, la amistad, la juventud,… Siempre se pueden encontrar grandes verdades escondidas bajo una reflexión de café, o una sucinta ironía.


-Quiero aclararte algo. Todos ésos: los motorizados, los del bakalao, los drogadictos, son los escandalosos, los que figuran a diario en la crónica de sucesos, pero de todos modos son una minoría. No la tan nombrada minoría silenciosa pos-Vietnam, sino la minoría ruidosa pre-Maastricht. Pero hay muchos otros que quieren vivir y no destruirse, que estudian o trabajan, o buscan afanosamente trabajo (hay más de dos millones de parados, pero no es culpa de los jóvenes), que tienen su pareja, o su parejo, y hasta conciben la tremenda osadía de tener hijos; que gozan del amor despabilado y simple, no el de Hollywood ni el de los culebrones venezolanos sino el posible, el de la cama monda y lironda. No creas que el desencanto es una contraseña o un emblema de todas las juventudes. Yo diría que más que desencanto es apatía, flojera, dejadez, pereza de pensar. Pero también hay jóvenes que viven y dejan vivir.

miércoles, 29 de enero de 2014

Los años de peregrinación del chico sin color



Cometí el error de leer antes que el libro las críticas que hablaban de él, en esa manía que tengo de leer todas las noticias culturales relativas a la literatura. Las críticas no eran buenas. Tampoco es que fuesen malas, pues la literatura, o más bien la crítica literaria ejercida a través del periodismo, opta en la mayoría de estos casos por hacer caso omiso de estos libros, opción políticamente más correcta que la de criticarlo, supongo que suponen. El caso es que, antes de llegar al libro, leí un par de comentarios especializados, que no elogiaban precisamente al que seguramente será futuro ganador del Nobel de Literatura.

De esta manera, mi lectura de Los años de peregrinación del chico sin color ha estado supeditada a descubrir esas tachas que, tal vez de otra manera, mi juicio hubiera relativizado. Principalmente, un defecto que se viene haciendo cada vez más patente en los libros de Murakami (especialmente los tres de 1Q84, que terminaron de acallar el afán con que había descubierto otras obras como Tokyo blues o Kafka en la orilla) es su inconsistencia para hacer que las tramas avancen: los personajes protagonistas parecen siempre el mismo tipo de ciclotímico japonés de treinta y pocos cuyo pasado arrastra hacia el presente, lo que le imposibilita para mantener relaciones amorosas duraderas y le predispone especialmente a la soledad y a la sensibilidad hacia lo onírico (otro de los temas favoritos de Murakami). Esta reiteración de temas hace que, en efecto, los últimos libros del japonés parezcan insulsos, pues da la impresión de que son malas copias de aquellos con los que nos encandiló hace tiempo ya.

No obstante, el valor literario de Murakami sigue ahí, lo que hace que la lectura de la obra resulte entretenida, y que de ella puedan extraerse determinadas cualidades. Por ejemplo, me resulta admirable el uso que hace del diálogo, siempre parco en la mayoría de los personajes, pero tendente a la reflexión y el aforismo, pero expresado con una naturalidad y una sencillez realmente envidiables. Otro aspecto destacable es la presencia constante de la música en todo. En este caso, uno de los leitmotiv del relato es una pieza de piano de Franz Liszt, Los años de peregrinaje (en su interpretación por Lazar Berman), lo que nos remite al título del libro. Por último,  y para completar esa relación del título con la propia obra, casi todos los personajes que aparecen, excepto el protagonista Tsukuru, tienen en su nombre un ideograma que representa un color. Murakami gusta de establecer nexos de causalidad en su universo novelesco, de manera que un detalle nimio oculta a veces la clave para entender el universo. Esta relación de casualidades no tan casuales se entremezcla con el propio argumento de Los años de peregrinación del chico sin color, el paso sin retorno de la adolescencia hacia la madurez, como se quiebran los sueños, o se sustituyen por visiones más realistas y pragmáticas de la vida, pero siempre queda un poso, o, como dicen en la novela, un peso que llevamos atado en nuestra espalda, para siempre.



- ¿No te parece extraño? - dijo entonces Eri.
- ¿El qué?
- Que esa época tan asombrosa haya quedado atrás y ya nunca vaya a regresar. Que tantas posibilidades fabulosas hayan desaparecido, como si el tiempo se las hubiera tragado.

Tsukuru asintió en silencio. Pensó que tenía que decir algo, pero no encontraba las palabras.

domingo, 12 de enero de 2014

El azul es un color cálido.


La adolescencia es una etapa muy difícil. Se abandona el estado feliz e ingenuo de la infancia para descubrir un mundo que es hostil en muchos casos, y para el que se carece de respuestas ante la avalancha de preguntas que nos se vienen encima. Además, los cambios físicos que se experimentan transforman radicalmente nuestra fisonomía, que hemos de consolidar los gustos y las aficiones, establecer relaciones sociales, afectivas, sexuales,…

En ese contexto, por todos vivido pero después olvidado o infravalorado, es donde se sitúa la deliciosa novela gráfica de Julie Marho. La protagonista, Clementine, es una joven que cursa 4º de la E.S.O. Comienza a salir con Thomas, un joven de 1º de Bachiller, cuando un día se cruza por la calle con una joven de pelo azul que le sonríe. A partir de aquí, se desarrolla, siguiendo la forma de diario leído por Emma (la chica del pelo azul), toda la historia de Clem, y sus luchas internas para aceptar su sexualidad. El amor, puro, pasional, que brota entre ambas y que no cae en las convenciones y tópicos del género homoerótico; los prejuicios sociales; la vida, al fin y al cabo, es de lo que habla El azul es un color cálido.


Amor mío:

Cuando leas estas palabras habré dejado este mundo. No quiero repetir lo que tú ya sabes, todo lo que pude escribirte en cartas anteriores o durante todos esos años pasados en tu calor. Pero sí quiero agradecerte tu devoción. Estos últimos días en el hospital habrían sido una pesadilla si no hubieras estado a mi lado. Gracias a ti me iré en paz y jamás podré agradecer lo bastante el que nos hayamos encontrado. Le he pedido a mi madre que deje en mi escritorio para ti lo que me es más precioso: mis diarios. Quiero que seas tú quien los conserve. Contienen todos mis recuerdos de adolescencia teñidos de azul. Azul tinta / azul azur / azul marino / azul Klein / azul cian / azul ultramar… El azul se ha vuelto un color cálido. Te quiero, Emma, eres mi vida.

Firmado…


Clementine.


El azul es un color cálido.
Julie Maroh. 160 págs. Color – Cartoné
17 x 24 cm. ISBN: 978-84-92902-44-6

El retrato de Dorian Gray


Se trata de uno de los escasos textos narrativos que compuso el autor irlandés Oscar Wilde. El joven aristócrata inglés Dorian Gray, de belleza suprema, posa como modelo para su amigo, el pintor Basil Hallward. Durante una de sus sesiones, Basil le presenta a su amigo Lord Henry Wotton, un dandi de espíritu cínico, quien comenzará a ejercer influencia sobre Dorian. El retrato que Basil pinta es de tal perfección, que hace a Dorian desear que su belleza y juventud fuesen eternas, como el instante capturado en el cuadro.

Más adelante, Dorian se enamora de una joven actriz de un teatro de tercera, Sybil Vane. Una noche, tras haberse prometido con ella, el señor Gray lleva a Lord Henry y a Basil al teatro, exaltando las cualidades interpretativas de su amada; cualidades que resultan ser mediocres esa noche para decepción del propio Dorian. Molesto con Sybil, quien le confiesa que ha perdido su pasión por la actuación al haber conocido el amor real hacia su “Príncipe Encantador”, Gray decide romper su compromiso con la joven. Al día siguiente, Lord Henry le informa de que la joven Vane ha sido hallada muerta, posiblemente mediante suicidio, y Dorian Gray, ya a solas en su habitación, observa que el rostro del cuadro ha experimentado una transformación. Dándose cuenta de que el retrato es en realidad el espejo de su propia y horrible alma, Dorian decide encerrarlo bajo llave en un cuarto superior, y comienza a entregarse durante años a la degradación moral más absoluta. Su belleza física, durante todo ese tiempo, se mantiene intacta, mientras que el cuadro va reflejando la monstruosidad cada vez mayor de su alma.


Obsesionado por cierta lectura que le ha proporcionado Harry, y presa de la ignominia moral a la que se somete, Dorian Gray acaba por confesarle a Basil la terrible crueldad que esconde el cuadro, para, acto seguido, acuchillarle. Tiempo después, los fantasmas de sus crímenes empiezan a acosar al sorprendentemente joven y bello Dorian Gray, quien está a punto de ser ajusticiado por el hermano de Sybil, James Vane, en un fumadero de opio. El marinero Vane le sigue hasta una casa de campo, pero fallece por accidente durante una cacería en la que resulta mortalmente herido. Dorian, cínico corrompido y degradado, regresa a casa, preso de la locura total, al comprobar que nadie parece poder detenerle. Tan sólo el cuadro que guarda en el cuarto olvidado muestra su verdadero rostro. Dorian se dirige hacia allá con un cuchillo en la mano, dispuesto a poner fin al sincero retrato. Se oye un grito desgarrador. Los criados, al forzar la puerta del estudio, encuentran a un hombre ajado, con un cuchillo clavado en el corazón, al que reconocen como Dorian Gray.

Sin duda alguna, la obra precisa de una lectura atenta, no tanto por su extensión (272 páginas), sino por las continuas reflexiones filosóficas que Wilde vuelca en los diálogos. El estilo de la obra es bastante ameno, y ello puede llevarnos a pasar por alto los famosos epigramas del autor irlandés. En ellos se muestra su pensamiento, afilado y preciso, muy influenciado por el cinismo.

Este pensamiento, especialmente de índole cínica, como decimos, se manifiesta a través de los mencionados epigramas, composiciones de carácter poético en la que se expresa un pensamiento festivo o satírico de forma ingeniosa. Dichas ocurrencias jalonan toda la obra, ofreciendo reflexiones a veces interesantes, a veces simplemente ingeniosas, sobre determinados aspectos sociales de la época victoriana. Así, podemos distinguir:

·         La idea y reflexión sobre la obra de arte, y el sentido del artista.

- “Creo que el arte oculta al artista más que lo descubre”.
- “Detrás de toda hermosura hay algo trágico”.
- “El sentimiento de compasión te dejaba indiferente, pero la belleza, te podía hacer llorar”.
- “Influir en una persona supone darle nuestra alma”.
- “La gente dice a veces que la belleza es sólo superficial. Puede que sea cierto. Pero no es tan superficial como el pensamiento”.
- “Me encanta el teatro. Es mucho más real que la vida“.
- “No hay duda de que el genio dura más que la belleza“.
- “Pero la belleza, la verdadera belleza, acaba donde comienza una expresión intelectual”.
- “-¿Que eres? -Aquello en lo que tú me has convertido “
- “Si un hombre trata a la vida artísticamente, su cerebro es su corazón”.
- “Sólo los sentidos pueden curar el alma, y sólo el alma puede curar los sentidos”.
- “Todo arte es completamente inútil”.
- “Todo retrato que haya sido pintado con sentimiento es un retrato del artista, no del modelo”.


·         Los preceptos morales y su pugna contra el deseo interior, es decir, razón frente a pasión.

- “A ti te agrada todo el mundo, o lo que es lo mismo, no te importa nadie”.
- “Cualquier cosa se convierte en placer si uno la hace con mucha frecuencia”.
- “Cuando nos confesamos de algo, pensamos que nadie más tiene derecho a culparnos. Es la confesión, no el sacerdote, lo que nos absuelve”.
- “El motivo de que nos guste pensar bien de los demás es que tenemos miedo de nosotros mismos”.
- “El cigarro es un ejemplo perfecto de un placer perfecto. Es exquisito y deja a uno insatisfecho”.
- “En cuanto a creer cosas, me puedo creer cualquiera con tal de que sea totalmente increíble”.
- “El único camino para deshacerse de la tentación es ceder a ella”.
- “La experiencia no tiene ningún valor ético. Es simplemente el nombre que los hombres dan a sus errores“.- “La moderación es fatal. Lo suficiente es tan malo como una comida. Lo que es más que suficiente resulta tan bueno como un banquete.
- “Lo verdaderamente maravilloso del pasado es precisamente que es pasado”.
- “- Los jóvenes de hoy en día creen que el dinero es todo.
- Sí, y cuando se hacen mayores lo saben.”
- “Los libros que el mundo llama inmorales son libros que muestran al mundo su propia infamia”.
- “La única forma de librarte de una tentación es entregarte a ella”.
- “Todo delito es vulgar, igual que toda vulgaridad es un delito”.
- “Todos tenemos dentro el cielo y el infierno”.
 - “Yo sé lo que es el placer. Adorar a alguien”.


·         Las relaciones y convenciones sociales, que chocan contra el deseo de rebeldía encarnado en Dorian Gray, y la voluntad de provocación, representada por Lord Henry.

- “Cuando una mujer se vuelve a casar es porque detestaba a su primer marido. Cuando un hombre se vuelve a casar es porque adoraba a su primera mujer. Las mujeres prueban suerte; los hombres arriesgan la suya”.
- “Cada impresión producida crea un enemigo. Para ser popular hay que ser una mediocridad”.
- “Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor se va por la ventana”.
- “Hoy en día, la gente sabe el precio de todo pero no conoce el valor de nada”.


·         El amor, en su condición de salvación y castigo del ser humano.

- “A un niño con quemaduras le gusta el fuego”.
- “Cuando uno está enamorado, siempre comienza engañándose a sí mismo y termina engañando a otros. Eso es lo que el mundo llama amor”.
- “La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que una vez fue joven”.
- “La única diferencia entre un capricho y una pasión de toda la vida, es que el capricho dura un poco más”.
- “Las mujeres nos aman por nuestros defectos. Si tenemos suficientes, nos perdonan todo, incluso nuestro intelecto”.
- “Los hombres se casan por cansancio, las mujeres por curiosidad; al final ambos quedan decepcionados”.
- “Los jóvenes quieren ser fieles y no lo son. Los viejos quieren ser infieles y no pueden”.
- “Ninguna mujer es un genio. Las mujeres son un sexo decorativo. Nunca tienen nada que decir, pero lo dicen con mucho encanto. Las mujeres representan el triunfo de la materia sobre el espíritu, igual que los hombres representan el triunfo del espíritu sobre la moral”.
- “No quiero estar a merced de mis emociones. Quiero usarlas, disfrutarlas, dominarlas.”
- “Tú me enseñaste que la vida debe arder con llama intensa... Su luz no me ciega, ni su calor me quema... Yo soy la llama Henry, yo soy la llama
- “Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer siempre que no la ame”.
- “Una “grande pasión” es un privilegio de los que no tienen nada que hacer”.
- “Una mujer flirtea con cualquiera siempre que dos la estén mirando”.

Como dijo Borges: “Nos cuesta imaginar el universo sin los epigramas de Wilde”. En estas formas encontramos los grandes temas de la obra. Por un lado, el tema principal estriba en la superioridad del arte sobre la vida y la moral mundanas, manifestadas en el deterioro del retrato de Dorian Gray. Podemos relacionar el suceso con otros grandes temas literarios, como el Doctor Fausto y el tema de la salvación del alma (conviene señalar que en el caso de la obra de Goethe, el doctor es quien hace el pacto con Mefistófeles, mientras que en el caso de Dorian no hay tal demonio -el papel se le ha atribuido a Henry Wotton y la influencia que ejerce sobre el joven Dorian- y éste apenas formula un deseo, una voluntad de permanecer joven como el muchacho que observa en el cuadro); o con el mito de Pigmalión (la obra de arte que ya no imita a la realidad, sino que la supera, cobrando vida propia, y transformando al artista en un hacedor, un demiurgo, un dios).

La publicación de El retrato de Dorian Gray en julio de 1890 en la revista americana Lippincot’s Magazine supuso todo un escándalo en la Inglaterra victoriana. De hecho, el libro fue utilizado como prueba incriminatoria para la condena a Wilde, acusado de indecencia grave, a trabajos forzados en la cárcel de Reading. De hecho, en el libro se perciben especialmente dos de esas conductas que escandalizaron a los british: de un lado, la sugerida (en mayor o menor medida) amistad homoerótica entre el trío de personajes protagonistas: Lord Henry Wotton, Basil Hallward y Dorian Gray. Este triángulo permite establecer diferentes tipos de relaciones entre sí, que van desde la admiración que siente Basil hacia Dorian (fuente de su inspiración), hasta la atracción e influencia de Lord Henry en Dorian o los celos de Basil hacia Lord Henry. Por otro lado, los personajes pertenecen a la clase social alta inglesa: no tienen trabajos, miran con desdén hacia las clases inferiores (mírese el capítulo de la muerte de James Vane durante la cacería), visten y actúan de manera extravagante y provocativa (dandismo),…

Para finalizar, habría que conectar la obra de Wilde con una de sus grandes referencias, el poeta Shakespeare, y, en concreto, con dos de sus personajes. En el prefacio, se alude a Calibán, personaje de La tempestad que representa la parte animal del ser humano: “The nineteenth century dislike of realism is the rage of Caliban seeing his own face in a glass. The nineteenth century dislike of romanticism is the rage of Caliban not seeing his own face in a glass.” (“El rechazo decimonónico del realismo es la rabia de Calibán al ver su cara en el espejo. El rechazo decimonónico del romanticismo es la rabia de Calibán al no ver su cara en el espejo”). Al final de la obra, de nuevo, acude a Shakespeare para cerrar ese círculo. Dorian, arrepentido de todos sus crímenes, se ha jurado cambiar, y así se lo confiesa a Lord Henry, quien es bien consciente de que la naturaleza del joven no puede ser mutada:

[…] Siento haber posado para ese cuadro. El recuerdo de aquello me resulta detestable. ¿Por qué hablas de él? Solía recordarme a esas curiosas líneas de alguna obra, Hamlet, creo; ¿cómo eran? “Como el cuadro de una pena, un rostro sin corazón”. Sí, así era.
Lord Henry rio:
- Si un hombre trata a la vida artísticamente, su mente está en su corazón- respondió dejándose caer en un asiento.
Dorian Gray movió la cabeza y arrancó unas suaves notas del piano. “Como el cuadro de una pena -repitió-, un rostro sin corazón”.
Lord Henry se recostó y lo miró con los ojos entornados.
- Por cierto, Dorian- dijo después de una pausa-, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde… cómo era la cita… su propia alma? […]
- No, Harry. El alma es una terrible realidad. Puede comprarse, venderse y trocarse. Puede envenenarse o perfeccionarse. Hay un alma en cada uno de nosotros. Lo sé.
(pág. 260-261)



El retrato de Dorian Gray. Oscar Wilde, Valdemar, 2005
ISBN 9788477025276