domingo, 24 de mayo de 2015

En la orilla


Rafael Chirbes posee un estilo prodigioso, capaz de enlazar oraciones una tras otra, yuxtaponiéndolas con una pasmosa facilidad. Su dominio del diálogo, en las diferentes variantes de la lengua, le sirven para caracterizar acertadamente a los personajes: da la sensación de que cada uno de los personajes que conforman el universo de Olba son seres reales, y esta sensación se debe, sobre todo, a la capacidad del escritor valenciano para el diálogo. Otro tanto sucede con sus descripciones. Lejos de ser éstas prolijas y de entorpecer o detener el ritmo de la narración, construyen perfectamente el mundo atosigante en el que se desenvuelven los caracteres. El léxico es un bisturí preciso en manos de Chirbes que se abre paso hasta el fondo de nuestra consciencia para insertarnos la trama, sin dolor, permitiendo que olamos el marjal o que sintamos el asco ante la rutina cotidiana del padre de Esteban.

Frente a su anterior novela, En la orilla recrea el estado de desolación de España tras los conocidos como “años dorados” del urbanismo especulativo. Crematorio narraba la fiesta, el desmadre urbanístico, con sus miserias y oropeles. Las corruptelas de personajes envalentonados por el dinero ganado ilícitamente eran el fiel reflejo de la España de los años 90, de la cultura del “pelotazo”, del carpe diem del ladrillo. Por el contrario, En la otra orilla muestra el día de después de esa fiesta, cuando toca la limpieza, y la mayoría de invitados, si no todos, se marcharon, fueron más listos que tú y no te ayudarán a recoger los restos. Las dos novelas ofrecen protagonistas antagónicos, pues los que se mantienen en pie en Crematorio son falsos héroes, antihéroes construidos sobre la falta de moral y escrúpulos, mientras que los derrotados de En la orilla poseen un halo épico, la compasión que otorga el mal de muchos.

El protagonista principal de la novela es Esteban, dueño de una carpintería heredada de su padre, a quien la especulación urbanística convierte a la vez en víctima y verdugo. La carpintería quiebra, y Esteban se ve obligado a despedir a los trabajadores y a dedicarse al cuidado de su anciano padre, con quien siempre ha mantenido una relación difícil “edipesca”. Además, como contrapunto a Esteban, aparece Francisco, su amigo de la infancia, que establece el triángulo amoroso con la fallecida Leonor, la mujer que fuera novia de Esteban en la juventud y mujer de Francisco en la adultez; y cuyo recuerdo se alza entre ambos como un fantasma nunca nombrado. Esteban representa el peso de la ideología (su padre, republicano, estuvo escondido en el marjal durante la posguerra), el peso de la abulia (es incapaz de escapar del pueblo, para labrarse un futuro mejor, como si han hecho, con mejor o peor fortuna, sus hermanos), el peso de la realidad (que se descarga sobre él y los que de él dependen, mientras que el promotor Pedrós huye a Brasil con el dinero, y Esteban queda en Olba con las deudas), el peso de la responsabilidad (Esteban carga con el padre enfermo, mientras que sus hermanos viven fuera esperando tan solo una herencia que ya ha sido dilapidada en la especulación de Esteban). Frente a él, surge Francisco, el amigo de juventud del pueblo, perteneciente a una arraigada familia de derechas, aunque él siempre se manifestó de izquierdas, al menos mientas ser de izquierdas, y llevar chaquetas de pana, y afiliarse al PSOE clandestino era la novedad;  hasta que hubo de sentar la cabeza, estableciéndose en el mundo de la alta gastronomía como enólogo (otro mundo de impostores), y ahora, ya retirado, regresa a Olba a intentar retomar una amistad traicionada con Esteban, a contarle sus penas, a restregarle sus éxitos.

No son los únicos personajes que aparecen. Una de las características del estilo de Chirbes es el uso del monólogo interior para reflejar los pensamientos y sentimientos de los personajes. La otra gran característica, a mi juicio, es el empleo de la perspectiva múltiple. Si bien es cierto que predomina sobre todo el relato la voz de Esteban como narrador; existen otros personajes que reflejan diferentes estratos de la sociedad, y que son víctimas también de la ambición y la falta de escrúpulos de los poderosos, que presentan también sus problemas y contradicciones y miserias. Es el caso del magrebí Ahmed, que trabajaba en la carpintería, y con el que se inicia la novela cuando descubre restos humanos en el marjal (¿el padre de Esteban?); o de la ecuatoriana Liliana, que cuida del padre de Esteban hasta que éste se ve obligado a prescindir de ella, y que vive también su propio drama con el marido en paro y alcohólico; o de Joaquín, padre de tres hijos, antiguo barrendero y trabajador de la carpintería, que es el fiel reflejo de los hombres de mediana edad a quienes el despido les pilla demasiado jóvenes para alcanzar a jubilarse, pero demasiado viejos como para alcanzar a reciclarse y encontrar otro trabajo.


En definitiva, esta novela es el resumen perfecto de la España del siglo XXI, esa España que recuerda con nostalgia y cierto fervor el reciente pasado “glorioso” (la Transición, la modenización, los Juegos Olímpicos y Exposiciones Universales, el crecimiento de las ciudades, los éxitos deportivos,…) que se aferra con uñas y dientes a su condición de Europa para no salir (al menos, no del todo) de la sociedad del bienestar, pese a que los sacrificios a los que nos hemos visto obligados contradicen precisamente ese sintagma tan paradójico, la “sociedad del bienestar”.

Oigo el runrún del parloteo del promotor y el mío propio, y hasta veo la escena, la jornada en que coincidimos en el restaurante, no me acuerdo cómo me dijo el tipo que se llamaba, pero miro con melancolía aquellos tiempos de inocencia. Qué habrá sido de él y de sus jilgueros trinadores. La edad de oro estaba a punto de llegar, la tocábamos con la punta de los dedos, faltaba el canto de un duro, pero ha faltado, y al saltar para tocarla, nos hemos caído de culo: ahora todo se ha hundido, así fue la cosa, el dinero caído del cielo (al bueno del promotor le caía desde los andamios, yo tenía varios manantiales por los que brotaba), las comidas multitudinarias, la coca y la puta que sopla el trombón; y el pádel y el squash y el pilates y el brunch. Duró lo que duró, no estuvo mal, las mil generaciones que nos preceden no tuvieron un día de su vida así, la verdad que no, y ahora nos queda el dolor de cabeza que deja la resaca, ese clavo en la sien (gajes del oficio, no hay placer sin riesgo ni felicidad que cien años dure), porque las cigarras no se preocuparon de guardar para cuando llegasen los malos tiempos, y en estos momentos no es que no haya para whisky o para coñac francés: es que no hay ni para Saimaza en la despensa de casa, ni para meter en la nevera unas chuletitas de cordero congelado, no digo ya una cola de merluza de pincho recién pescada, o un mero, eso ya ni lo sueñen, es hora de llanto y crujir de dientes, de arrepentimientos: ¿adónde fueron los billetes de antaño?, ¿qué se hizo de aquellos hermosos billetes morados?

domingo, 10 de mayo de 2015

André el Gigante. Vida y leyenda.




Un género que parece estar en auge, el de la biografía bajo la forma de una novela gráfica. En los últimos tiempos existen bastantes ejemplos de ello: Alfonso Zapico y su Dublinés, el Kafka de Robert Crumb,  o incluso una de las grandes obras de todos los tiempos, no sólo dentro del ámbito de la novela gráfica, como es Maus, de Art Spiegelman.

Esta obra de Box Brown nos narra, por tanto, la vida de André Rousimoff, más conocido como André el Gigante, luchador profesional de los años 70, 80 y 90. André llegó a medir 2,28 centímetros y a pesar 272 kilos, debido a una rara enfermedad, la acromegalia, un desarrollo desmesurado de todo su cuerpo, que le pronosticaba también una muerte prematura, dado que ni sus órganos ni sus huesos podrían soportar tal velocidad de crecimiento. Con estas condiciones, el joven André sale de la granja de sus padres en Moulien, un pequeño pueblo de Francia, y acaba entrando en el mundo de la lucha libre profesional, donde se convierte en toda una leyenda. El autor va desgranando los entresijos de un negocio típicamente norteamericano, donde el espectáculo prima por encima de todo interés, y donde André consigue alzarse con el campeonato previamente amañado. A las vicisitudes del negocio en diferentes lugares en los que está arraigado (Estados Unidos, Japón, Francia,…) se le une una vida llena de incomodidades dado su tamaño, y sometido al desprecio del mundo en general.

El principal punto de interés de la obra se centra, a mi juicio, en contar cómo fue la vida del hombre más fuerte y grande del mundo en aquel momento, y en la paradoja que se da con algunas situaciones. Por ejemplo, el hecho de que no pudiese entrar al baño de los aviones que tomaba. Realmente, André tuvo que sufrir una vida llena de incomodidades que terminó con una terrible ironía final: el hombre más grande del mundo estaba condenado a no poder levantarse de su silla.

Aunque la lectura del cómic es entretenida y rápida, echo en falta la poca profundización sobre algunos de los aspectos relevantes de la vida del personaje. Apenas se ofrecen algunas pinceladas, si bien es cierto que el propio autor confiesa que ha ido reconstruyendo los hechos a partir de vídeos, entrevistas, recortes de prensa y el testimonio de quienes conocieron a André.

Por último, cabría destacar el que es el mejor momento de toda la novela, aquel en el que se describe detalladamente la pelea de André con Black Gordman y El Gran Goliat en Los Ángeles de 1974, y donde se da cuenta del mundo de la lucha libre. La pelea, que podría haber sido cualquier pelea, tiene un guión establecido en el que se juega con los maniqueos sentimientos del público, hay un babyface o técnico, que es el luchador bueno, frente a un rudo o villano, que utilizará toda clase de artimañas ilegales para ganar un combate que, no obstante, caerá del lado del técnico, cuyo carácter épico terminará por completar el espectáculo. Una vez pasado el tiempo de gloria, el técnico suele convertirse en rudo, para ceder el sillón a otro luchador, cosa que sucedió a André con Hulk Hogan, en el famoso combate del Pontiac Silverdome de 1987.

domingo, 3 de mayo de 2015

20.000 leguas de viaje submarino

 



Esta obra que figura entre las más conocidas del escritor francés Julio Verne fue publicada originalmente en el Magasin d’Éducation et de Récréation, en 1869, la primera parte y un año después la segunda. En ella se  nos cuenta que la desaparición de diferentes embarcaciones a lo largo de todo el mundo, se deben al parecer a un narval gigante, por lo que se organiza una expedición con objeto de identificar y matar al monstruo marino. En esta expedición participarán el científico narrador y protagonista, Pedro Aronnax, así como su criado Consejo y el arponero canadiense Ned Land. Tras un par de semanas persiguiendo el rastro del monstruo, el barco en el que viajan es violentamente golpeado en su casco y se hunde irremediablemente. Aronnax y Consejo son rescatados por Ned Land, quien consigue ponerlos a salvo en lo que parece ser una isla, pero que es en realidad el Nautilus, un submarino al que se había confundido con el monstruo marino. Dentro de éste, conocen al capitán Nemo, un personaje fascinante, cuyo odio por la humanidad terrestre es equiparable a su gran erudición marina y su incuestionable liderazgo dentro del Nautilus. Prisioneros en el interior del submarino, ya que conocen su existencia, comenzarán entonces un viaje a través de los siete océanos de la superficie terrestre donde les serán revelados los grandes secretos de la vida submarina.

Aunque Aronnax se muestra reacio a ello, ya que se siente feliz al poder estudiar toda la fauna marina, los tres deciden escapar durante una de las veces en las que el Nautilus asoma a la superficie para renovar sus reservas de aire. Además, el capitán Nemo se muestra cada vez más misterioso y aislado, debido al continuo hostigamiento que sufre de los buques de guerra de la superficie. Finalmente, aprovechando la confusión provocada por el ataque de un calamar gigante al Nautilus; Aronnax, Consejo y Ned Land consiguen llegar hasta la costa noruega, donde son rescatados.

Esta novela pertenece, como casi toda la obra de Verne al género de la ciencia-ficción. Se ha señalado en multitud de ocasiones cómo Julio Verne se adelantó a los avances técnicos que años después lograría la ciencia. Precisamente, uno de los logros de la novela es la explicación lógica y plausible de la vida humana bajo el mar: escafandras autónomas, la producción de aire dentro del submarino, el aprovechamiento al máximo de los recursos marinos (algas, peces,…), los fusiles y armas,… Todo esto contribuye a la magnificencia del Nautilus, que se convierte en un espacio mítico dentro de la literatura.

Dicho espacio lo comparte con el que es el personaje más interesante de la obra, el capitán Nemo. Hay dos datos interesantes en torno a él. Por un lado, ha quedado demostrado que, en realidad, el vengativo capitán Nemo era un trasunto del propio Verne, lo que le llevó a enfrentarse a su editor francés, quien quería suavizar el carácter a veces violento del capitán. Por el otro, el nombre del capitán puede relacionarse con el significado latino del término: Nemo es Nadie, o Ninguno. Así pues, tenemos de nuevo a un gran navegante llamado Nadie que muestra su astucia para sobrevivir. El antecedente de éste puede buscarse en la gran obra de cierto aedo invidente de Grecia.

El misterio en torno a Nemo se mantiene durante toda la obra. Pese a su trato correcto con Aronnax, no duda en ocultarle a éste aquello que cree que puede poner en peligro al Nautilus o a su tripulación. Su pasado es también oculto: no sabemos ni su origen, ni su nacionalidad, ni cómo llegó a odiar a la humanidad que vive sobre la faz de la tierra y se recluyó bajo las aguas. Los pocos datos que el narrador Aronnax nos da son imprecisos: su inglés no tiene ninguna clase de acento, domina además otros idiomas, y su fisionomía y forma de vestir no son tampoco determinantes.

Los otros tres personajes son en realidad tres manifestaciones de un mismo ser: por un lado, el científico Pedro Aronnax representaría la parte racional de todo ser humano; Consejo es la parte inconsciente (lo demuestra cuando antepone la vida de su señor a la suya propia) y el temeroso a la par que valeroso Ned Land sería el elemento concupiscente o pasional, la pura fuerza bruta.

El estilo que emplea Verne es muy minucioso. Demuestra tener un grandísimo conocimiento del mundo marino, tanto que podemos considerar el libro como un tratado de biología marina. Sin embargo, la minuciosidad de las descripciones de peces y otros animales, aunque a veces resulta fascinante por lo singular de las especies descritas, en ocasiones dificulta la agilidad de la novela. No obstante, hay que reconocer que la contextualización es asombrosa dados los pocos medios al alcance de Julio Verne a finales del siglo XIX.



Como dato curioso, existe una versión en película de los estudios Disney de 1954, dirigida por Richard Fleischer e interpretada por James Mason (cap. Nemo), Kirk Douglas (Ned Land), Peter Lorre (Conseil) y Paul Lukas (Pierre Aronnax). También el personaje de Nemo y su Nautilus aparecen en la serie de cómics de Alan Moore y David O’Neill, La liga de los hombres extraordinarios.


La unidad de medida a la que hace referencia el título podría tratarse de una legua marina, que equivale a 5,556 kilómetros, con lo que las 20.000 leguas serían unos 111.120 kilómetros. Si tenemos en cuenta que el ecuador terrestre tiene una longitud aproximada de 40.075 kilómetros, el viaje del Nautilus podría haber dado casi tres veces la vuelta al mundo completa. Sin embargo, sabemos por las diferentes referencias que se nos ofrecen en la novela que la ruta que sigue el submarino varía tanto en el eje norte-sur como en el este-oeste, por lo que finalmente podemos hablar de una vuelta casi completa alrededor de la parte líquida de la Tierra.