miércoles, 4 de marzo de 2015

Kingsman: The secret service



La semana pasada me di una vuelta por Action Comics (c/ Vinader, Murcia) a echar un vistazo al material que tenían, y quedé gratamente sorprendido pues la tienda, pese a no ser muy grande, tiene un poco de todo: comics americanos de las grandes editoriales (Marvel y D.C.), novela gráfica europea, manga, juegos de mesa, figuras,… Todo bien ordenado, y con un par de cajas de números atrasados y colecciones completas de segunda mano que siempre se agradecen. Entre los varios ejemplares que compré, como pequeña delicatessen que suelo incluir como capricho, esta vez le tocó a Kingsman: The Secret Service, influido (supongo) por su reciente estreno en el cine.

La novela gráfica, publicada por Panini Comics, es obra de Mark Millar, Dave Gibbons y Matthew Vaughn; y nos cuenta la historia de Gary “Eggsy”, un joven marginal de los suburbios londinenses que acaba convirtiéndose en espía de la mano de su tío, Jack London. Se trata de una parodia de ese género tan británico de la novela de espías, encarnada por James Bond, pero al que Millar mezcla con el ambiente marginal y degradado de los barrios decadentes londinenses, donde conviven los hooligans más violentos y sostenidos por el subsidio social. Tal y como señala Gonzalo Quesada en el prólogo: “A Millar le parecía buena idea hacer que se mezclaran personajes de extractos sociales tan diferentes como los personajes de James Bond y los de Trainspotting”.

Toda la historia se sostiene por los guiños de Millar a iconos de la cultura pop (por las páginas del cómic aparecen Mark Hammill, Ridley Scott o David Beckham, entre otros); su habitual humor negro (el rescate de Mark Hammill con el que se inicia el relato es buenísimo); y por el trazo bien perfilado de Dave Gibbons.



Sin embargo, en la historia hay algunos momentos en los que decae el nivel, como por ejemplo la velocidad con la que se narra el entrenamiento de Gary, que en teoría dura tres años, o los tópicos que aparecen a lo largo de toda la narración. A pesar de ello, su lectura es entretenida y bastante recomendable para quienes no sean muy sensibles a la ultraviolencia que practica Mark Millar en sus cómics (Kickass, Wanted), todo un Tarantino de la novela gráfica.




domingo, 1 de marzo de 2015

14



Un sábado de agosto de 1914 en que la tarde se prestaba a ello, Anthime decide dar un paseo en bicicleta por la campiña, aprovechando el sol para leer un rato sobre la hierba. Cuando asciende a un montículo, al salir de la ciudad, una ráfaga de fuerte viento está a punto de derribarlo y le obliga a poner pie a tierra. Desde esa privilegiada vista de la Vendée, Anthime escucha el repicar de las campanas de la ciudad: Francia acaba de declararle la guerra a Alemania, dando inicio al primer gran conflicto mundial del siglo XX.

Tanto los periódicos, políticos, militares y pueblo llano consideran que el asunto no es grave, pues en apenas quince días se habrá solucionado el conflicto. Sin embargo, termina el verano, y el conflicto continúa. Anthime y algunos de sus amigos del pueblo son llamados a filas, y, una vez en el frente, descubren el horror que la historia les tiene preparado en la I Guerra Mundial. Nada tiene lógica, todos los días amanecen en una zanja llena de miembros amputados, bombas que resuenan sobre sus cabezas, morteros que estallan llenando el espacio de humo y sangre… Anthime pierde un brazo y es licenciado, con lo que puede regresar a casa y pedirle matrimonio a Blanche, quien ya sabe que su antiguo novio Charles, también amigo de Anthime, ha sido derribado en el aire. Finalmente, Anthime deja embarazada a Blanche.

Una de las principales características de la novela de Echenoz es su brevedad y concisión. Pese a ocuparse de un tema que ha estado de moda en este reciente año 2014, por el aniversario de la guerra, Echenoz no centra su mirada en los protagonistas de la guerra, ni en las grandes batallas; antes bien, toda la novela gira en torno a esos jóvenes sin demasiadas aspiraciones, pueblerinos burgueses que no entienden realmente bien los motivos del conflicto y que se ven abocados a él sin remedio. Anthime, Padioleau, Arcenel y Busois, además de Charles, se presentan de manera humilde, imprecisa, y casi resulta de agradecer, pues el horror de los bombardeos hace que, de una página a otra, perdamos al personaje que hasta hace unas líneas estaba conversando con nosotros.

Echenoz se ciñe, por tanto, a esa pequeña parte de la historia que Unamuno acertó a llamar la “intrahistoria”, la historia de los personajes anónimos, sin cuya participación el devenir histórico habría sido bien diferente, y cuyo recuerdo honran placas con epitafios demasiado generalistas, a soldados desconocidos y libertadores de la patria caídos.

Además, el autor francés demuestra su gran maestría en el arte de narrar, pues lo condensado de la novela, apenas cien páginas, es suficiente para transportarnos al convulso inicio del siglo XX mucho mejor de lo que muchos y más voluminosos tratados de historia pueden hacerlo.