martes, 4 de febrero de 2014

Andamios



Tal y como aparece recogido en el Diccionario de la R.A.E., y al que Benedetti alude en el prólogo a su novela, la primera entrada del término andamio es: “Armazón de tablones o vigas puestos horizontalmente y sostenidos en pies derechos y puentes, o de otra manera, que sirve para colocarse encima de ella y trabajar en la construcción o reparación de edificios, pintar paredes o techos, subir o bajar estatuar u otras cosas, etc.”. Siguiendo esta definición, esta novela, tal y como explica el uruguayo en el introito, es una colección de andamios sobre la vida de un personaje, Javier, que viene a ser un trasunto del propio Benedetti. Exiliado forzoso por la dictadura que sufrió  Uruguay entre 1973 y 1985, Javier vuelve al país con la reforma democrática, para descubrir que ya no es un exiliado, sino un desexiliado, que ha perdido su sitio tanto en el lado de acá, donde se va reencontrando con los compañeros militantes de la izquierda que sufrieron cárcel y tortura; como del lado de allá, donde dejó a su exmujer Raquel y a su hija Camila.

[…] Fueron varias etapas. Una primera, ésa en que te negás a deshacer las maletas (bueno, las valijas), porque tenés la ilusión de que el regreso será mañana. Todo te parece extraño, indiferente, ajeno. Cuando escuchás los noticieros, sólo ponés atención a los sucesos internacionales, esperando (inútilmente, claro), que digan algo, alguito, de tu país y de tu gente. La segunda etapa es cuando empezás a interesarte en lo que sucede a tu alrededor, en lo que prometen los políticos, en lo que no cumplen (a esa altura ya te sentís como en casa), en lo que vociferan los muros, en lo que canta la gente. Y ya que nadie te informa de cómo van Peñarol, Nacional o Wandereres o Rampla Juniors, te vas convirtiendo paulatinamente en forofo (hincha, digamos) del Zaragoza o del Albacete o del Tenerife, o de cualquier equipo en el que juegue un uruguayo, o por lo menos algún argentino o mexicano o chileno o brasileño. No obstante, a pesar de la adaptación paulatina, a pesar de que vas aprendiendo las acepciones locales, y ya no decís “vivo a tres cuadras de la Plaza de Cuzco”, ni pedís en el estanco (más o menos, un quiosco) una caja de fósforos, sino de cerillas, ni le preguntás a tu jefe cómo sigue el botija, sino el chaval, y cuando el locutor dice que el portero (o sea, el golero), “encajó un gol” sabés que eso no quiere decir que él lo hizo sino que se lo hicieron; cuando ya te has metido a codazos en la selva semántica, igual te siguen angustiando, en el recodo más cursi de la almita, el goce y el dolor de lo que dejaste, incluidos el dulce de leche , el fainá, la humareda de los cafés y hasta la calima de la Vía Láctea, tan puntillosa nuestro firmamento y, por obvias razones cosmogónicas o cosmográficas, tan ausente en el cuelo europeo. No obstante, as time goes by (te lo dice Javier Bogart) por fin se borran las vedas políticas que te impedían el regreso. Sólo entonces se abre la tercera y definitiva etapa, y ahí sí empieza la comezón lujuriosa y casi absurda, el miedo a perder la bendita identidad, la coacción en el cuore y la campanita en el cerebro. Y aunque sos consciente de que la operación no será una hazaña ni un jubileo, la vuelta a casa se te va volviendo imprescindible.

La historia está construida en forma de breves retazos, que son andamios a los que alude el título. En mi cabeza se forma la imagen de una casa con múltiples ventanas, cada una de ellas diferente, mostrando tan solo una parte de la casa, que sería la totalidad. Algo así sucede con Javier, cuyas ventanas se van mostrando a lo largo de las páginas en las conversaciones con los amigos, en las cartas con su hija y su exmujer, en sus reflexiones personales, en sus encuentros con Rocío,… Al finalizar el libro, es cuando vemos el rostro completo, descubrimos quién es realmente Javier.

Uno de los temas principales de la novela es el desexilio, tal y como lo llama el propio Javier. En su interior, la conciencia le remuerde por haberse marchado del país cuando salió de la cárcel, lo que provoca ese sentimiento de extrañeza en él: no reconoce el lugar al que ha vuelto, ni a las personas con las que se encuentra, ni se reconoce a sí mismo a través de sus ideales. Es el cambio en la vida. Y sin embargo (y esto es lo que me fascina de Benedetti), todo aparece bajo un destilado y fino humor -irónico en muchos casos, no hay más remedio- que evita que el lector y Javier caigan en la melancolía, la apatía, el desencanto o el desengaño. Jodidos, sí, pero conscientes. Este es el mundo que quedó tras las revoluciones y la Guerra Fría, el Che, Mao, París en el 68, Vietnam, algunas matanzas diseminadas por todo el planeta, nada de esto volverá a repetirse y el capitalismo que viene a invadirlo todo, a conquistarlo todo, a devorarlo todo, porque nunca se sacia:

[…] En apariencia todo está bien. Los diputados son elegidos por voto popular; también los senadores y las autoridades municipales, y en la mayoría de los casos, el presidente. (Los reyes, en cambio, agrego yo, no son democráticamente elegidos, pero en compensación no mandan). Sin embargo, quienes en verdad deciden el rumbo económico, social y hasta científico de cada país, son los dueños del gran capital, las transnacionales, las prominentes figuras de la Banca. Y ninguno de ellos es elegido por la ciudadanía. Aquí trepo con euforia al vagón de Saramago. ¿De qué voto popular surgieron los presidentes del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Trilateral, el Chase Manhattan, el Bundesbank, etcétera? Sin embargo, es esa élite financiera la que sube o baja intereses, impulsa inflaciones o deflaciones, instaura la moda de la privatización urbi et orbi, exige el abaratamiento del despido laboral, impone sacrificios a los más para que los menos se enriquezcan, organiza fabulosas corrupciones de sutil entramado, financia las campañas políticas de los candidatos más trogloditas, digita o controla el 80% de las noticias que circulan a nivel mundial, compagina las más fervorosas prédicas de paz con la metódica y millonaria venta de armas, incorpora los medios de comunicación en su Weltanschauung. La clase que decide, en fin.
  
El libro toca muchos de los temas fundamentales en la obra de Benedetti y lo enraíza a su producción poética: el amor, el exilio, la política, la revolución, la amistad, la juventud,… Siempre se pueden encontrar grandes verdades escondidas bajo una reflexión de café, o una sucinta ironía.


-Quiero aclararte algo. Todos ésos: los motorizados, los del bakalao, los drogadictos, son los escandalosos, los que figuran a diario en la crónica de sucesos, pero de todos modos son una minoría. No la tan nombrada minoría silenciosa pos-Vietnam, sino la minoría ruidosa pre-Maastricht. Pero hay muchos otros que quieren vivir y no destruirse, que estudian o trabajan, o buscan afanosamente trabajo (hay más de dos millones de parados, pero no es culpa de los jóvenes), que tienen su pareja, o su parejo, y hasta conciben la tremenda osadía de tener hijos; que gozan del amor despabilado y simple, no el de Hollywood ni el de los culebrones venezolanos sino el posible, el de la cama monda y lironda. No creas que el desencanto es una contraseña o un emblema de todas las juventudes. Yo diría que más que desencanto es apatía, flojera, dejadez, pereza de pensar. Pero también hay jóvenes que viven y dejan vivir.

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