domingo, 1 de marzo de 2015

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Un sábado de agosto de 1914 en que la tarde se prestaba a ello, Anthime decide dar un paseo en bicicleta por la campiña, aprovechando el sol para leer un rato sobre la hierba. Cuando asciende a un montículo, al salir de la ciudad, una ráfaga de fuerte viento está a punto de derribarlo y le obliga a poner pie a tierra. Desde esa privilegiada vista de la Vendée, Anthime escucha el repicar de las campanas de la ciudad: Francia acaba de declararle la guerra a Alemania, dando inicio al primer gran conflicto mundial del siglo XX.

Tanto los periódicos, políticos, militares y pueblo llano consideran que el asunto no es grave, pues en apenas quince días se habrá solucionado el conflicto. Sin embargo, termina el verano, y el conflicto continúa. Anthime y algunos de sus amigos del pueblo son llamados a filas, y, una vez en el frente, descubren el horror que la historia les tiene preparado en la I Guerra Mundial. Nada tiene lógica, todos los días amanecen en una zanja llena de miembros amputados, bombas que resuenan sobre sus cabezas, morteros que estallan llenando el espacio de humo y sangre… Anthime pierde un brazo y es licenciado, con lo que puede regresar a casa y pedirle matrimonio a Blanche, quien ya sabe que su antiguo novio Charles, también amigo de Anthime, ha sido derribado en el aire. Finalmente, Anthime deja embarazada a Blanche.

Una de las principales características de la novela de Echenoz es su brevedad y concisión. Pese a ocuparse de un tema que ha estado de moda en este reciente año 2014, por el aniversario de la guerra, Echenoz no centra su mirada en los protagonistas de la guerra, ni en las grandes batallas; antes bien, toda la novela gira en torno a esos jóvenes sin demasiadas aspiraciones, pueblerinos burgueses que no entienden realmente bien los motivos del conflicto y que se ven abocados a él sin remedio. Anthime, Padioleau, Arcenel y Busois, además de Charles, se presentan de manera humilde, imprecisa, y casi resulta de agradecer, pues el horror de los bombardeos hace que, de una página a otra, perdamos al personaje que hasta hace unas líneas estaba conversando con nosotros.

Echenoz se ciñe, por tanto, a esa pequeña parte de la historia que Unamuno acertó a llamar la “intrahistoria”, la historia de los personajes anónimos, sin cuya participación el devenir histórico habría sido bien diferente, y cuyo recuerdo honran placas con epitafios demasiado generalistas, a soldados desconocidos y libertadores de la patria caídos.

Además, el autor francés demuestra su gran maestría en el arte de narrar, pues lo condensado de la novela, apenas cien páginas, es suficiente para transportarnos al convulso inicio del siglo XX mucho mejor de lo que muchos y más voluminosos tratados de historia pueden hacerlo.

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