
O la suerte está echada. Posiblemente lo estaba mucho antes de que nosotros lo supiéramos, pero hay como que agarrarse con uñas y dientes a lo que queda en nuestras manos, a aquello que podemos (o creemos, ¿quién sabe?) dominar con nuestro esfuerzo personal: las horas de estudio en bibliotecas semi-vacías; las conversaciones en torno a temas lingüístico-literarios; litros y litros de café, té u otras bebidas energéticas; las palabras de ánimo y consuelo de quienes nos rodean (también ellos sufren con nuestra suerte); las academias, los preparadores, las programaciones didácticas con sus actividades tan bonitas; estampitas de la Virgen y amuletos; cursos que dan puntos y cursos que no dan; las prisas, los nervios... Todo eso quedará pronto atrás, como un mal sueño, y será sustituido por un verano corto y perezoso repleto de proyectos y buenas intenciones.
Es una jodienda, lo sé, pero es como quedó montada la vida. Apenas nos acordamos ya de las lágrimas y esfuerzos que nos costaría la escuela, encontrar a los amigos perfetos, el instituto y la Selectividad, pedirle salir a aquella chica o chico (hoy ya no se pide salir, ¡qué lástima!), la carrera, un beso en el momento preciso, decir que no o que sí. Deicisiones que cambian el sentido de nuestras vidas, y que lo seguirán cambiando. No os preocupéis, compañeros. Solo hay dos resultados posibles, y con un poco de alea, evitaremos caer en el lado oscuro del corazón.