miércoles, 29 de enero de 2014

Los años de peregrinación del chico sin color



Cometí el error de leer antes que el libro las críticas que hablaban de él, en esa manía que tengo de leer todas las noticias culturales relativas a la literatura. Las críticas no eran buenas. Tampoco es que fuesen malas, pues la literatura, o más bien la crítica literaria ejercida a través del periodismo, opta en la mayoría de estos casos por hacer caso omiso de estos libros, opción políticamente más correcta que la de criticarlo, supongo que suponen. El caso es que, antes de llegar al libro, leí un par de comentarios especializados, que no elogiaban precisamente al que seguramente será futuro ganador del Nobel de Literatura.

De esta manera, mi lectura de Los años de peregrinación del chico sin color ha estado supeditada a descubrir esas tachas que, tal vez de otra manera, mi juicio hubiera relativizado. Principalmente, un defecto que se viene haciendo cada vez más patente en los libros de Murakami (especialmente los tres de 1Q84, que terminaron de acallar el afán con que había descubierto otras obras como Tokyo blues o Kafka en la orilla) es su inconsistencia para hacer que las tramas avancen: los personajes protagonistas parecen siempre el mismo tipo de ciclotímico japonés de treinta y pocos cuyo pasado arrastra hacia el presente, lo que le imposibilita para mantener relaciones amorosas duraderas y le predispone especialmente a la soledad y a la sensibilidad hacia lo onírico (otro de los temas favoritos de Murakami). Esta reiteración de temas hace que, en efecto, los últimos libros del japonés parezcan insulsos, pues da la impresión de que son malas copias de aquellos con los que nos encandiló hace tiempo ya.

No obstante, el valor literario de Murakami sigue ahí, lo que hace que la lectura de la obra resulte entretenida, y que de ella puedan extraerse determinadas cualidades. Por ejemplo, me resulta admirable el uso que hace del diálogo, siempre parco en la mayoría de los personajes, pero tendente a la reflexión y el aforismo, pero expresado con una naturalidad y una sencillez realmente envidiables. Otro aspecto destacable es la presencia constante de la música en todo. En este caso, uno de los leitmotiv del relato es una pieza de piano de Franz Liszt, Los años de peregrinaje (en su interpretación por Lazar Berman), lo que nos remite al título del libro. Por último,  y para completar esa relación del título con la propia obra, casi todos los personajes que aparecen, excepto el protagonista Tsukuru, tienen en su nombre un ideograma que representa un color. Murakami gusta de establecer nexos de causalidad en su universo novelesco, de manera que un detalle nimio oculta a veces la clave para entender el universo. Esta relación de casualidades no tan casuales se entremezcla con el propio argumento de Los años de peregrinación del chico sin color, el paso sin retorno de la adolescencia hacia la madurez, como se quiebran los sueños, o se sustituyen por visiones más realistas y pragmáticas de la vida, pero siempre queda un poso, o, como dicen en la novela, un peso que llevamos atado en nuestra espalda, para siempre.



- ¿No te parece extraño? - dijo entonces Eri.
- ¿El qué?
- Que esa época tan asombrosa haya quedado atrás y ya nunca vaya a regresar. Que tantas posibilidades fabulosas hayan desaparecido, como si el tiempo se las hubiera tragado.

Tsukuru asintió en silencio. Pensó que tenía que decir algo, pero no encontraba las palabras.

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