Cometí el error de leer antes que
el libro las críticas que hablaban de él, en esa manía que tengo de leer todas
las noticias culturales relativas a la literatura. Las críticas no eran buenas.
Tampoco es que fuesen malas, pues la literatura, o más bien la crítica
literaria ejercida a través del periodismo, opta en la mayoría de estos casos
por hacer caso omiso de estos libros, opción políticamente más correcta que la
de criticarlo, supongo que suponen. El caso es que, antes de llegar al libro,
leí un par de comentarios especializados, que no elogiaban precisamente al que
seguramente será futuro ganador del Nobel de Literatura.
De esta manera, mi lectura de Los años de peregrinación del chico sin
color ha estado supeditada a descubrir esas tachas que, tal vez de otra
manera, mi juicio hubiera relativizado. Principalmente, un defecto que se viene
haciendo cada vez más patente en los libros de Murakami (especialmente los tres
de 1Q84, que terminaron de acallar el
afán con que había descubierto otras obras como Tokyo blues o Kafka en la
orilla) es su inconsistencia para hacer que las tramas avancen: los
personajes protagonistas parecen siempre el mismo tipo de ciclotímico japonés
de treinta y pocos cuyo pasado arrastra hacia el presente, lo que le
imposibilita para mantener relaciones amorosas duraderas y le predispone
especialmente a la soledad y a la sensibilidad hacia lo onírico (otro de los
temas favoritos de Murakami). Esta reiteración de temas hace que, en efecto,
los últimos libros del japonés parezcan insulsos, pues da la impresión de que
son malas copias de aquellos con los que nos encandiló hace tiempo ya.
No obstante, el valor literario
de Murakami sigue ahí, lo que hace que la lectura de la obra resulte
entretenida, y que de ella puedan extraerse determinadas cualidades. Por
ejemplo, me resulta admirable el uso que hace del diálogo, siempre parco en la
mayoría de los personajes, pero tendente a la reflexión y el aforismo, pero
expresado con una naturalidad y una sencillez realmente envidiables. Otro aspecto
destacable es la presencia constante de la música en todo. En este caso, uno de
los leitmotiv del relato es una pieza
de piano de Franz Liszt, Los años de
peregrinaje (en su interpretación por Lazar Berman), lo que nos remite al
título del libro. Por último, y para
completar esa relación del título con la propia obra, casi todos los personajes
que aparecen, excepto el protagonista Tsukuru, tienen en su nombre un ideograma
que representa un color. Murakami gusta de establecer nexos de causalidad en su
universo novelesco, de manera que un detalle nimio oculta a veces la clave para
entender el universo. Esta relación de casualidades no tan casuales se
entremezcla con el propio argumento de Los
años de peregrinación del chico sin color, el paso sin retorno de la
adolescencia hacia la madurez, como se quiebran los sueños, o se sustituyen por
visiones más realistas y pragmáticas de la vida, pero siempre queda un poso, o,
como dicen en la novela, un peso que llevamos atado en nuestra espalda, para
siempre.
- ¿No te parece extraño? - dijo
entonces Eri.
- ¿El qué?
- Que esa época tan asombrosa
haya quedado atrás y ya nunca vaya a regresar. Que tantas posibilidades
fabulosas hayan desaparecido, como si el tiempo se las hubiera tragado.
Tsukuru asintió en silencio.
Pensó que tenía que decir algo, pero no encontraba las palabras.
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